miércoles, 24 de junio de 2009

LOS DIOSES EN LA POLÍTICA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo.

En la compleja racionalidad humana, la política puede exhibirse como una efectiva estrategia para alcanzar la felicidad de amplios, muy amplios grupos humanos, o por el contrario, para lograr que la incertidumbre y el dolor se apoderen de éstos, haciéndoles inviables sus propias vidas. Por eso, quizás, en cualquier escenario, la política debe hacerse apegada a valores como el respeto, el reconocimiento de los otros, el diálogo y la discusión libre de las ideas, alimentada también por la gallardía y por la sabiduría que nos debe dar el sabernos finitos y remplazables.

Confiarle a la política y esperar de ella los más elevados o perversos resultados del devenir humano en sociedad, es un asunto que pasa necesariamente por la elección de un líder, o de unos líderes, capaz o capaces de hacer, afable la vida, o en su defecto, capaz o capaces de sumirla en la más oscura experiencia.

Cuando en una empresa privada se elige a un líder, o cuando por concurso o mandato popular, se hace lo mismo en una empresa o corporación del Estado, los primeros elementos de gobernabilidad brotan, casi de forma natural, del talante de aquel que ha sido elegido para llevar las riendas de un proyecto de país o de empresa. Esto es, de su capacidad de respetar y de reconocer adversarios, detractores si se quiere, de saber que habrá opositores, críticas y disímiles obstáculos que pondrán a prueba ese talante, que para nuestras circunstancias, debe ser democrático.

Debe también reconocer que su elección se sostiene en la confianza depositada en él, no sólo por una junta directiva, un partido político, entre otros, sino por unas mayorías que con su voto o asentimiento, le dieron la posibilidad de dirigir los destinos de esa empresa, sea privada o estatal. Pero es importante también, que reconozca -y respete- que puede haber amplios sectores que dijeron no a su elección, o que simplemente no creen en sus capacidades y en su gestión.

De cualquier forma, para bien o para mal, la confianza excesiva que millones de seres humanos depositen en una persona, en un individuo, en un Presidente, un director y/o un gerente, entre otros, termina siendo el mayor obstáculo para que su actuar pueda ser revisado y puesto a prueba, cuando así se requiera. Y peor aún, cuando esa excesiva confianza viene investida de una nociva adoración que lo hace ver infinitamente superior a los demás, cuestión esta que termina llevando a ese líder por los caminos de la autocracia, de la egolatría o de una terminal megalomanía, que al final, lo harán ver como un pobre hombre que huye de sus defectos y vanidades, tratando de guarecerse en el poder que le elimina todas sus angustias, cuando hace uso de él.

Adorar a un líder significa perder la proporción de lo que significa hacer parte de la condición humana. Rendir pleitesía a una persona, por su cargo, elimina la comunicación y empobrece la política, convirtiendo a quien se hinca, en un ser servil, en un ser que no se respeta a sí mismo; y al Presidente, Director o Gerente, entre otros, en un líder que ya no se respeta por sus capacidades de convocar, de liderar, por esa visión prospectiva con la que se esperó que gobernara o gerenciara, sino por los favores a los cuales pueda corresponder a la rastrera presencia de sus áulicos y/o súbditos, capaces de convertir sus cuerpos en sensibles pétalos de rosas, arrojados por el camino que ha de pisar el elegido director, presidente o jefe.

La política, por ello, necesita ejercerse de una manera diáfana, alejada de cualquier relación clientelar que se pretenda construir entre el responsable de guiar los destinos de una corporación, o Gobierno, y quienes se declaran abiertamente sus seguidores y patrocinadores. El clientelismo es, quizás, la más perversa institución que acompaña el ejercicio de la política. Y existe tanto en los ámbitos privados como en los escenarios públicos.

Para ambos casos, quienes venden un voto o asienten una decisión esperando a cambio un presente, una prebenda, se elevan de inmediato a la categoría de Fichas o Cuotas Políticas, natural forma de auto eliminarse como actor político, y como ciudadano, del que se espera un ejercicio limpio de la política.

En Colombia, el clientelismo hace parte del quehacer de políticos profesionales, que estratégicamente buscan a líderes comunales para lograr que éstos trasfieran, vendan o permuten su liderazgo y su poder de convocar y/o movilizar conciencias y votos, a cambio de prebendas. En el ámbito de las empresas privadas funciona casi de forma parecida. En cualquier caso, las Fichas o las Cuotas Políticas se van alineando en torno al líder, de tal forma, que su poder empieza a trascender los límites humanos hasta convertirlo en un Dios castigador, vengador o magnánimo, según la relación que decidan establecer los áulicos, los súbditos o los amanuenses que le siguen con fervor. Allí es el momento de declarar la muerte del líder.

Lo cierto es que en política, adorar a un líder, auto limitando el actuar ciudadano, es abrir el camino a dictaduras en las que en nombre del neo Dios, se pueden cometer toda clase de delitos y atrocidades. Que en las aciagas noches por venir en Colombia, no despertemos con nuevas imágenes a las cuales nos veamos obligados a hincarnos para preservar la vida, o el trabajo.

Consulte: http://laotratribuna1.blogspot.com/

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