En la lógica noticiosa puede radicar el poder de penetración que tienen los medios de comunicación de masas. Y es así, porque al momento de elevar un hecho al estatus de noticia, son muchos los eventos, circunstancias, situaciones y experiencias que quedan por fuera de toda posibilidad de análisis, justo por esa selección arbitraria, subjetiva y por supuesto, discutible. Es casi un acto de magia el que está detrás de un hecho noticiable cuando, expuesto al mundo, se convierte en noticia.
Los hechos noticiables existen porque obviamente hay unos sucesos que casi de forma natural vienen investidos de ese carácter sobre el cual se soporta su importancia, y en ella, la razón indiscutible de convertir esos sucesos en noticia de primera plana.
Los hechos noticiosos son espectaculares porque existe un lenguaje periodístico-noticioso que así lo decide al reconocer investiduras, cargos públicos, o porque califica y determina roles, porque magnifica cualquier obra o acción humana y claro, porque ese mismo lenguaje es el que permite darle otro contexto al hecho noticiable ‘original’, y así ocultar, desestimar, soslayar, o deliberadamente, hacer olvidar circunstancias que podrían poner en peligro una decisión política, o hacer muy discutible la elección-decisión mediática de convertir en noticia un determinado hecho.
El ejercicio rutinario y en muchas ocasiones poco reflexivo de medios y periodistas, hace que las críticas a la labor de informar se concentren en la decisión editorial y política de señalar cuándo un hecho es noticia y cuándo no. De igual forma, a la cantidad de hechos seleccionados y al tratamiento espectacular que se les da a esos mismos hechos, se dirigen las críticas más fuertes cuando las audiencias más o menos formadas, reconocen cuando se ha exagerado o desinformado.
Qué es noticia, debería obligar a los periodistas a un mayor análisis, pues la pregunta conlleva riesgos inmensos para las audiencias y claro, para los mismos reporteros por cuanto en muchas ocasiones son los personajes públicos quienes se convierten en noticia, por cuenta de declaraciones y opiniones que vienen investidas de cierta autoridad y veracidad y que terminan siendo verdades aceptadas, aceptables y universalizables, a lo que medios y periodistas podrían poner más cuidado, por aquello de la responsabilidad social y por la tarea de informar y generar opinión pública.
Ayer y hoy, indiscutiblemente, fue y es aún noticia la muerte de Michael Jackson. Y con ese carácter noticioso, se borran o se ocultan varios hechos y circunstancias que ameritan una discusión seria y fuerte alrededor, por ejemplo, de lo que significó la decisión del Rey del Pop de negar su apariencia, su etnia y su pasado, sometiéndose a procedimientos médicos para lograrlo y de cómo la técnica o la ciencia médica se prestó para que aspiraciones y decisiones particulares, respetables de un individuo, terminaran universalizándose de tal forma, que el color de una piel humana, termine siendo la puerta que cierra, o se abre, al éxito, al reconocimiento y al respeto que todo ser humano merece de forma natural, sin que medio su color de piel.
En el plano local, es noticia cuando el Presidente se enoja, da una destemplada declaración, cuando señala de terroristas a civiles, a ONG, a opositores políticos; o es noticia, la muerte, el secuestro o la violación de menores, el triunfo de un deportista o cuando sus miserias llaman la atención de periodistas y editores que deciden, en un momento dado, que es noticia porque es un personaje público.
Para las complejas circunstancias que vive Colombia, bien valdría la pena que medios, periodistas, gremios o círculos de periodistas y facultades de periodismo, entre otros, discutieran la viabilidad de continuar informando bajo la óptica de unos criterios de noticiabilidad que en ocasiones sostienen un proceso de desinformación que se inicia en las fuentes, se continúa en los medios que recogen sus versiones, y finaliza con unas audiencias incapaces de comprender qué es lo que realmente sucede, porque la miríada de titulares apuntan a lo mismo y tratan de ocultar una falla del periodismo colombiano: la falta de análisis.
Deberían, por ejemplo, pensar no en hechos noticiables, sino en hechos analizables, esto es, hechos y circunstancias que rodean al hecho noticioso central, pero que por cuenta de la rapidez, del afán de informar, de competir, y en muchas ocasiones, por la falta de criterio de editores y reporteros, se olvidan, se desechan o simplemente, se ocultan.
Los hechos analizables obligan a replantear las lógicas y las rutinas informativas de unos medios enfermos por el síndrome de la chiva, por el afán de competir por ganar puntos en el rating, perverso principio con el cual pretenden hoy informar y generar estados óptimos de opinión pública.
Con los hechos analizables el llamado olfato periodístico desaparece para darle paso a la real capacidad de cruzar variables y hechos, de buscar antecedentes, lo que pone a prueba la calidad del background de los mismos reporteros y editores.
Con los hechos analizables, las declaraciones del presidente Uribe serían puestas en remojo antes de salir al aire, serían confrontadas, contrastadas y seriamente cuestionadas. Es decir, no habría lugar para que el periodista se perdiera en detalles, en si se enojó o no, en calificar el discurso, en señalar que se fue lanza en ristre contra… No. Habría una mirada hermenéutica sobre el discurso, sus alcances y su trasfondo.
En un país como el nuestro, se necesita de medios y de periodistas capaces de reconocer que se auto engañan, informando desde unos criterios de noticiabilidad que poco aportan a dar claridad a los hechos que suceden en Colombia. El periodismo de declaraciones del cual habló Javier Darío Restrepo es una consecuencia del escaso ejercicio reflexivo de los periodistas, miedosos de proponer cambios, para superar el espectáculo noticioso y de esta forma, garantizar la existencia de una opinión pública capaz de comprender con suficiencia, qué es lo que realmente pasa en Colombia.
Deben aprender los periodistas que cuando aplican los criterios de noticiabilidad sin mayor análisis, de forma inercial, la verdad se reciente y su credibilidad disminuye exponencialmente. El oficio de informar requiere, con urgencia, de aptitudes analíticas que el desarrollo tecnológico informacional no puede garantizar. Sólo la autocrítica y una sólida formación académica pueden hacer que los periodistas y en consecuencia, el periodismo, alcancen altos niveles de profesionalismo, logrando al final, formar audiencias para el debate y no para el asentimiento fruto de la confusión mediática.
A la revisión de los actuales criterios de noticiabilidad hay que invitar, por supuesto, a los patrocinadores, propietarios, y anunciantes, entre otros, para que, alejados de las lógicas comerciales, logren entender que la generación de estados óptimos de opinión pública no se logra con la insustancial información noticiosa, sino con el análisis cuidadoso de los hechos. Y ello toma tiempo, por ello, quienes deberían pensar en dar esos pasos son quienes están detrás de los medios electrónicos, en especial los realizadores de los noticieros de televisión, pues su poder de penetración es innegable.
Atreverse a cambiar el formato de presentación de los noticieros de televisión, revisar sus lógicas y tratamientos informativos es un paso clave y definitivo en la tarea que tienen las empresas mediáticas de aportar al fortalecimiento de la democracia, ofreciendo productos comunicativos que en lugar de generar estados de opinión, fruto de olfatos cacósmicos, resulten de la discusión y del análisis amplio de los hechos sobre los cuales se informa.