Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
¿Qué puede cambiar en Colombia con un gobierno de Juan Manuel Santos? La pregunta arrastra las circunstancias históricas que mantienen aún la ilegitimidad del Estado colombiano, lo que permite decir, de manera conclusiva, que nada cambiará, que todo seguirá igual. Es más, es posible que todo pueda empeorar.
El origen familiar, sus compromisos electorales, su trayectoria política y la deuda moral que tiene con Uribe, obligan a Juan Manuel Santos a reproducir y mantener esas mismas condiciones de ilegitimidad estatal, pues ellas les han asegurado muy buenos réditos a las élites políticas y económicas, que de tiempo atrás han convertido al Estado en un apéndice de sus intereses particulares.
Santos representa los intereses de los banqueros y del gran capital, preocupados en concentrar aún más la riqueza en pocas manos, socializar las pérdidas del sistema financiero, mantener la inequidad y configurar un sistema jurídico-político que desconozca derechos fundamentales y restrinja la protesta social y aniquile, con la fuerza represiva del Estado, los movimientos sociales que surjan del malestar que ya se nota en amplias mayorías, por los nefastos efectos del modelo económico neoliberal.
Santos mantendrá el programa asistencialista llamado Familias en Acción, el mismo con el cual Uribe logró mantener su popularidad, con el evidente concurso de los medios de comunicación, amanuenses del gran capital. Él sabe que esas migajas generan lealtades y afectos, que en los juegos electorales resultan definitivos tal y como sucedió en primera vuelta y como sucederá este 20 de junio de 2010, cuando se realice la segunda.
Santos mantendrá las prácticas clientelistas, las mismas que le sirvieron a Uribe para cooptar al Congreso. Con un Congreso de bolsillo, Santos continuará el proyecto político y económico que de tiempo atrás apoya el gran capital nacional. Esto es, un régimen que le apuesta a la pauperización de las condiciones laborales y a la supresión de derechos ciudadanos, para asegurar que la ‘dictadura de la banca’ se consolide en Colombia, para beneficio de contadas familias y de aquellas multinacionales que ven en este país el paraíso para explotar recursos naturales (oro, platino, coltán, madera, recursos de la biodiversidad, entre otros).
Con una sociedad civil desarticulada, fragmentada y polarizada, Santos aplicará al pie de la letra las ‘recetas y recomendaciones’ del Fondo Monetario Internacional y continuará con la política pro gringa que le sirvió a Uribe para mantener la cooperación norteamericana, a pesar de que el Departamento de Estado y la CIA tenían y tienen información que lo compromete con actividades paramilitares.
Es una lástima que el proyecto de unidad nacional que propone el delfín Santos no esté soportado en la intención de cambiar esas circunstancias históricas y presentes que mantienen la ilegitimidad del Estado colombiano. Un Estado ‘privatizado ’y violador de los derechos humanos, como el que hoy tenemos en Colombia, representa el ejercicio mezquino de aquellas fuerzas de poder y de actores económicos y políticos que soportan sus triunfos y vanidades, en el hambre y en la desazón de amplios sectores poblacionales.
Del periodismo colombiano no podemos esperar sino lo mismo que hemos visto en estos ocho años de Gobierno: apoyo irrestricto a las políticas y a las acciones del gobierno. Tratamientos noticiosos irresponsables, acomodados al discurso de las fuentes oficiales y a los intereses de los capitalistas que aseguran la existencia de las empresas periodísticas. Hay que decir que por un lado van las posturas editoriales y los tratamientos periodísticos abiertamente contrarios y críticos de las acciones del Gobierno de Uribe, que medios como EL ESPECTADOR y en algunos momentos la revista Semana han asumido, y por el otro, la total inexistencia en Colombia de medios independientes, que hagan verdadera Oposición no sólo a un gobierno en particular, sino que se atrevan a cuestionar las consecuencias de un modelo económico y político diseñado para garantizar infelicidad en extensos grupos humanos.
Santos sabrá manipular a medios y periodistas, quizás mejor de lo que lo hizo Uribe, pues él tiene la elegancia, la sutileza y la frialdad para hacerlo. Finalmente, conoce mejor que nadie las dificultades y las condiciones en las cuales se hace periodismo en Colombia. Recordemos que EL TIEMPO, su casa periodística por mucho tiempo, es el mejor exponente del talante acomodaticio que ofrece la gran prensa en este país.
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