Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
En tantos años de guerra interna, los hechos generados por ella misma, reconstruidos, reinventados y resignificados por la acción de la prensa, terminan siendo pedazos de esa realidad que millones de colombianos prefieren no mirar. Así, nuestro conflicto se presenta como un complejo rompecabezas en el que no sólo se han perdido valiosas piezas, sino que sus fabricantes y patrocinadores buscan a toda costa evitar que dichas partes lleguen a unirse, o que aparezcan o se utilicen otras, para darle sentido y al final lograr explicar ese conflicto que como imagen, sigue siendo difusa para millones de colombianos a pesar de más de cuarenta años de registro periodístico alrededor de éste.
En ya casi 50 años de este largo conflicto armado interno, el periodismo ha informado sobre hechos de guerra, pero no ha hecho suficientes esfuerzos pedagógicos para que lectores y las audiencias comprendan realmente en dónde radica el conflicto, es decir, por qué se dio y por qué se mantiene aún, cuál es la solución, o qué se necesita para avanzar en su superación.
El periodismo en Colombia ha servido a la lógica de la guerra y a diario presta y abre micrófonos, noticieros y tapas de periódicos, para que los guerreros la justifiquen con un discurso patriotero que no sólo es huero, sino inconveniente para la vida democrática. Un periodismo así, se convierte en un factor determinante para hacer perenne la confrontación armada, en tanto oculta, malinterpreta, acomoda y justifica hechos que se explican en el contexto de la confrontación armada.
Mantener a los civiles desinformados, incluyendo a quienes desde diversos ámbitos ostentan algún poder, es un propósito estratégico para los bandos en combate, que saben que las acciones propagandísticas cumplen un papel clave en ese objetivo claro de hacer incomprensible lo que pasa con el conflicto armado interno, su evolución y las posibles soluciones ya planteadas para su finalización.
Cuando el periodismo sirve a los combatientes de lado y lado, la verdad se convierte en su víctima, así como los lectores y las audiencias. Los hechos de la guerra, aún no convertidos en noticia, se hacen difíciles de asir y de comprender. Como esas tardes plomizas que no dejan ver el firmamento, la verdad se oculta, y los responsables se hacen casi que invisibles.
Recientemente, observamos en los medios masivos el parte de victoria de la cúpula militar por la muerte de más 60 guerrilleros, asesinados en operaciones contrainsurgentes en las que el ejército desplegó artillería de gran precisión. Al tiempo que los generales henchían sus pechos ante las preguntas correctas, periodistas y medios hacían suyas las victorias parciales de un ejército que cuesta millones y millones diarios para su operación. ¿Estamos, acaso, ante una forma de legitimar el porcentaje importante del PIB nacional que se va en la reproducción del conflicto?
Los medios, la gran prensa, al ponerse del lado de un bando de los guerreros, se convierten en arma ideológica de un Estado que es responsable directo de la existencia y del carácter perenne que parece ya tiene el conflicto armado colombiano.
Y cuando los medios se erigen como un actor ideológico e ideologizante de un Estado, dejan de hacer periodismo para hacer propaganda. Y creo que a diario periodistas y empresas mediáticas confunden informar con vender, con publicitar, con anunciar unos hechos de guerra, transformados en noticieros y salas de redacción, en verdades incontrastables de donde sólo es posible reconocer un bando bueno, unos héroes legítimos. Al final, hay un resultado evidente: los altos niveles de polarización que se viven en Colombia con respecto al conflicto. He allí un efecto claro de los efectos de los media.
Convertidos en laboratorios en donde se manipulan las certezas que deja el conflicto armado, noticieros de radio y televisión y periódicos invalidan las voces críticas que piden a gritos parar el desangre y los enfrentamientos bélicos y, por ese camino, hacen que el papel de los mediadores sea mirado por sus cautivas y manipulables audiencias, como enemigos, como colaboradores de los ejércitos irregulares que de manera osada e injustificada se sublevaron contra el Estado.
Para avanzar en caminos reales de paz, es urgente que el Estado replantee las condiciones en las que se informa sobre el conflicto armado interno, haciendo un llamado de autocontrol a periodistas y medios, pero sobre todo, para que modifiquen sustancialmente los valores/noticia con los que de manera ligera, temeraria e irresponsable registran e informan sobre hechos de guerra, en los que lo último que se salvaguarda es la verdad, la dignidad de las víctimas, civiles y militares y el cuestionable honor con el que unos y otros combaten y justifican su existencia como salvadores.
No es posible pensar en un proceso de paz y en humanizar la guerra interna cuando el Estado permite que particulares, económicamente poderosos y actores interesados y beneficiados del conflicto, que respaldan la labor de medios y periodistas, informen a diario sobre asuntos que comprometen ética y moralmente las responsabilidades estatales.
Las vitrinas mediáticas, para el caso de Colombia, terminan haciendo eco de una confrontación armada que encarna de tiempo atrás propósitos pre políticos, que por su poder, eliminan lo político en tanto discurso, y reducen la política, en tanto mecanismos, a la simple acción de reconocer o no que de verdad existe la guerra interna.
Se requiere repensar el periodismo y su papel en un país en guerra. Esa tarea es responsabilidad de los periodistas, de los directores y editores, como también de las grandes corporaciones que los respaldan. Pero la mayor responsabilidad recae en el Estado, pues en la confrontación política que está de por medio, su legitimidad y viabilidad están en cuestión.
En tantos años de guerra interna, los hechos generados por ella misma, reconstruidos, reinventados y resignificados por la acción de la prensa, terminan siendo pedazos de esa realidad que millones de colombianos prefieren no mirar. Así, nuestro conflicto se presenta como un complejo rompecabezas en el que no sólo se han perdido valiosas piezas, sino que sus fabricantes y patrocinadores buscan a toda costa evitar que dichas partes lleguen a unirse, o que aparezcan o se utilicen otras, para darle sentido y al final lograr explicar ese conflicto que como imagen, sigue siendo difusa para millones de colombianos a pesar de más de cuarenta años de registro periodístico alrededor de éste.
En ya casi 50 años de este largo conflicto armado interno, el periodismo ha informado sobre hechos de guerra, pero no ha hecho suficientes esfuerzos pedagógicos para que lectores y las audiencias comprendan realmente en dónde radica el conflicto, es decir, por qué se dio y por qué se mantiene aún, cuál es la solución, o qué se necesita para avanzar en su superación.
El periodismo en Colombia ha servido a la lógica de la guerra y a diario presta y abre micrófonos, noticieros y tapas de periódicos, para que los guerreros la justifiquen con un discurso patriotero que no sólo es huero, sino inconveniente para la vida democrática. Un periodismo así, se convierte en un factor determinante para hacer perenne la confrontación armada, en tanto oculta, malinterpreta, acomoda y justifica hechos que se explican en el contexto de la confrontación armada.
Mantener a los civiles desinformados, incluyendo a quienes desde diversos ámbitos ostentan algún poder, es un propósito estratégico para los bandos en combate, que saben que las acciones propagandísticas cumplen un papel clave en ese objetivo claro de hacer incomprensible lo que pasa con el conflicto armado interno, su evolución y las posibles soluciones ya planteadas para su finalización.
Cuando el periodismo sirve a los combatientes de lado y lado, la verdad se convierte en su víctima, así como los lectores y las audiencias. Los hechos de la guerra, aún no convertidos en noticia, se hacen difíciles de asir y de comprender. Como esas tardes plomizas que no dejan ver el firmamento, la verdad se oculta, y los responsables se hacen casi que invisibles.
Recientemente, observamos en los medios masivos el parte de victoria de la cúpula militar por la muerte de más 60 guerrilleros, asesinados en operaciones contrainsurgentes en las que el ejército desplegó artillería de gran precisión. Al tiempo que los generales henchían sus pechos ante las preguntas correctas, periodistas y medios hacían suyas las victorias parciales de un ejército que cuesta millones y millones diarios para su operación. ¿Estamos, acaso, ante una forma de legitimar el porcentaje importante del PIB nacional que se va en la reproducción del conflicto?
Los medios, la gran prensa, al ponerse del lado de un bando de los guerreros, se convierten en arma ideológica de un Estado que es responsable directo de la existencia y del carácter perenne que parece ya tiene el conflicto armado colombiano.
Y cuando los medios se erigen como un actor ideológico e ideologizante de un Estado, dejan de hacer periodismo para hacer propaganda. Y creo que a diario periodistas y empresas mediáticas confunden informar con vender, con publicitar, con anunciar unos hechos de guerra, transformados en noticieros y salas de redacción, en verdades incontrastables de donde sólo es posible reconocer un bando bueno, unos héroes legítimos. Al final, hay un resultado evidente: los altos niveles de polarización que se viven en Colombia con respecto al conflicto. He allí un efecto claro de los efectos de los media.
Convertidos en laboratorios en donde se manipulan las certezas que deja el conflicto armado, noticieros de radio y televisión y periódicos invalidan las voces críticas que piden a gritos parar el desangre y los enfrentamientos bélicos y, por ese camino, hacen que el papel de los mediadores sea mirado por sus cautivas y manipulables audiencias, como enemigos, como colaboradores de los ejércitos irregulares que de manera osada e injustificada se sublevaron contra el Estado.
Para avanzar en caminos reales de paz, es urgente que el Estado replantee las condiciones en las que se informa sobre el conflicto armado interno, haciendo un llamado de autocontrol a periodistas y medios, pero sobre todo, para que modifiquen sustancialmente los valores/noticia con los que de manera ligera, temeraria e irresponsable registran e informan sobre hechos de guerra, en los que lo último que se salvaguarda es la verdad, la dignidad de las víctimas, civiles y militares y el cuestionable honor con el que unos y otros combaten y justifican su existencia como salvadores.
No es posible pensar en un proceso de paz y en humanizar la guerra interna cuando el Estado permite que particulares, económicamente poderosos y actores interesados y beneficiados del conflicto, que respaldan la labor de medios y periodistas, informen a diario sobre asuntos que comprometen ética y moralmente las responsabilidades estatales.
Las vitrinas mediáticas, para el caso de Colombia, terminan haciendo eco de una confrontación armada que encarna de tiempo atrás propósitos pre políticos, que por su poder, eliminan lo político en tanto discurso, y reducen la política, en tanto mecanismos, a la simple acción de reconocer o no que de verdad existe la guerra interna.
Se requiere repensar el periodismo y su papel en un país en guerra. Esa tarea es responsabilidad de los periodistas, de los directores y editores, como también de las grandes corporaciones que los respaldan. Pero la mayor responsabilidad recae en el Estado, pues en la confrontación política que está de por medio, su legitimidad y viabilidad están en cuestión.