miércoles, 22 de agosto de 2012

EL CASO SANTOYO

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Los confesos vínculos del general ( r ) de la Policía Nacional, Mauricio Santoyo Velasco con los paramilitares, ante la justicia de los Estados Unidos, reconfirman un hecho que parece que no escandaliza a la opinión pública y al grueso de los colombianos: la penetración y cooptación del Estado por parte del paramilitarismo, a través de una fina red de relaciones de poder e intereses, entre oficiales de alta graduación de las fuerzas armadas, líderes paramilitares, políticos y clase dirigente empresarial.

Es posible que en las próximas revelaciones que el ex oficial haga ante los jueces norteamericanos se entreguen algunos nombres de otros oficiales y es posible que de políticos que usaron el poder político para poner el Estado al servicio de la empresa criminal más eficiente y criminal, puesta en marcha en Colombia, por sectores de extrema derecha (educada), enquistados en visibles organizaciones de la sociedad civil. 

El caso Santoyo sirve, además, para legitimar y extremar el tutelaje político y judicial de los Estados Unidos, frente a un Estado que, como el colombiano, apenas si logra mantener condiciones mínimas de operación a sus poderes públicos, en especial al poder judicial. Es vergonzoso que en Colombia no haya investigación alguna contra el alto oficial por los hechos confesados y que de manera tardía se inicien investigaciones alrededor de propiedades y bienes del hoy confeso criminal, para someterlas a extinción de dominio.

Como Santoyo, existe una lista de altos oficiales de las fuerzas armadas con presuntos o probados vínculos con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Baste con recordar a los generales del ejército, Rito Alejo del Río, Jaime Humberto Uscátegui y Farouk Yanine Díaz, procesados por sus presuntos o probados nexos con paramilitares y la participación de prácticas genocidas.

Si bien no podemos asegurar que se trata de una política oficial, si podemos decir que hubo prácticas sistemáticas que hacen pensar que el proyecto de Estado y de nación que imaginaron los paramilitares y sus colaboradores, tuvo amplia aceptación en sectores destacados de las filas castrenses. 

Lo confesado por Santoyo Velasco y los probados casos de otros oficiales de las fuerzas armadas confirman que el fenómeno paramilitar se sirvió de congresistas, gobernantes regionales y locales y miembros de las fuerzas armadas, para ejecutar los planes operativos, económicos y políticos de las AUC, que compartían sectores poderosos de la sociedad civil.

Pero el asunto no puede quedar en el establecimiento y el señalamiento de funcionarios que se pusieron al servicio de un grupo al margen de la ley. Por el contrario, el país debe conocer las finas redes criminales y clientelares con las que sectores poderosos de la sociedad civil se sirvieron de los paramilitares, para cooptar la institucionalidad estatal y varias instituciones del Estado y ponerlas al servicio de un proyecto político de extrema derecha, con el que pretendían desmontar el Estado social de derecho y en general el ordenamiento jurídico, político y constitucional logrado en 1991.

Gracias al trabajo de  profesores, académicos e  investigadores, ya el país conoce algunas de las redes y las formas de operación de ese proyecto de país que buscaron implementar políticos, militares, empresarios, ganaderos, periodistas y élites regionales, entre otros.  Pero aún faltan piezas de esas finas redes de poder establecidas por quienes desde instancias gubernamentales de diverso nivel y con la anuencia de actores de una sociedad civil que de tiempo atrás sostiene una relación patrimonial con el Estado, permitieron que dentro del orden establecido se inocularan los valores no democráticos y criminales de las AUC.

Ojalá el caso Santoyo Velasco sirva para que los colombianos comprendan bien qué buscaban los paramilitares y sus animadores ubicados estratégicamente en el Estado y en la sociedad civil.

Un proyecto de nación supuestamente soportado en la lucha antisubversiva, pero que en verdad ofrecía una idea de Estado y de orden social, político, económico y cultural con específicas características, que mantiene vigencia en grupos y movimientos políticos y en la seudo ideología uribista.

“… el histórico rechazo a la acción guerrillera sirvió de puente axiológico para legitimar las acciones y prácticas de un proyecto neoconservador agenciado y aupado por un conjunto de organizaciones, legales e ilegales, de fuerzas de poder local, regional y nacional (élites económicas y políticas), así como actores globales tales multinacionales, el sistema financiero nacional e internacional”.

El fenómeno paramilitar se podría concebir, entonces, como una estrategia de las élites para consolidar un modelo económico (neoliberal) y social, que con su expansión a zonas del territorio nacional donde el Estado históricamente ha estado ausente, propició procesos de exclusión y polarización social cada vez más fuertes. Un fenómeno que intensificó los procesos de confrontación, de expulsión de sus territorios de un número importante de colombianos y que tomó por mano propia acciones de justicia directa sobre los cuerpos de miles de personas. Sobre el valor contrainsurgente, aupado desde el Estado y desde actores de la sociedad civil, como los medios de comunicación, se sumaron intereses de disímiles grupos de presión nacionales e internacionales, que vieron en el fenómeno paramilitar la oportunidad para agenciar un proyecto político, ideológico, cultural, económico, social y agrario de gran envergadura, con asiento en un modelo económico extractivo y liberal, en el sentido en que se necesita menos Estado y más Mercado, concepción con especial arraigo en un proceso de globalización en el que lo más importante es la circulación libre del capital, socavándose las soberanías estatal y popular y generando prácticas clientelizadas de los ciudadanos”[1].




[1] Ayala Osorio, Germán. Paramilitarismo en Colombia, más allá de un fenómeno de violencia política. Cali: UAO, Noviembre de 2011. ISBN 9789588713120.

miércoles, 15 de agosto de 2012

LENGUAJE, TESTOSTERONA Y POLÍTICA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo



Como animal simbólico, el ser humano no sólo crea cultura, sino que se reproduce en ella, se hace histórico, le da sentido a su existencia y extiende en el tiempo su supremacía sobre la Naturaleza.

Con el habla el ser humano difunde, explica, da sentido y recrea prácticas, actividades y formas comportamentales que hacen parte de una o de unas culturas.

Boris Cyrulnik habla de un acontecimiento primordial que se explica en un hecho claro: el hombre está dotado de habla[1]. La capacidad se señalar con el dedo, por ejemplo, es un acto que ya enuncia esa capacidad humana que lo hace distinto de otros animales.

La política, parte fundamental de la cultura, es una ‘creación’ humana en tanto ésta guarda relación directa e indirecta con procesos históricos que exponen formas de dominación y de organización del poder. Con ella y desde la acción política, el ser humano busca condiciones de certidumbre frente a los desequilibrios que la propia naturaleza puede generar, o las propias inestabilidades forjadas por luchas de poder entre seres humanos, entre tipos específicos de organizaciones o  entre formas de gobierno o entre Estados.

En la actividad política y en general en todo el devenir humano, el lenguaje juega un papel fundamental en la medida en que con él no sólo nos representamos el mundo y los demás seres vivos y los entornos naturales, sino que a través de él se establecen ejercicios de poder y dominación que bien pueden llevar a demostraciones de fuerza, de poderío militar, político, social, económico, o servir como canal de expresión de líderes políticos que fundan su liderazgo en la potencia de sus actos de habla, así como en la debilidad mental y discursiva de quienes les siguen y en una empobrecida cultura política, circunstancias estas que viene siendo el contexto en donde dichos líderes actúan.

De igual manera, esos liderazgos suelen sostenerse en formas particulares (egos) de entender no sólo la política, sino lo público, y general, los asuntos de Estado. Líderes ególatras suelen reducir la política y el sentido público de ésta, así como los asuntos de Estado, a sus intereses, miedos, sentimientos y a una subjetividad femenina o masculina desde  donde esos líderes suelen expresarse.

En lo que corresponde a la subjetividad masculina, asociada o no al ejercicio de la política y a la política en tanto procedimientos y formas regladas, hay que decir que el mundo, en general, está diseñado y pensado desde y para una racionalidad masculina que hoy, cada vez más, se presenta tóxica[2], se torna enferma y enfermiza.

Esa misma racionalidad masculina, por tradición cultural, somete no sólo a la racionalidad femenina, que es mirada no como complemento, sino como opositora, sino a formas distintas desde las que otros hombres operan y asumen su masculinidad, por fuera, claro está, de la costumbre, de la usanza y de lo que la cultura señala como válido y legítimo.

La política quizás sea el ámbito humano en el que con mayor claridad se expone esa masculinidad tóxica que contamina lo público, violenta a los diferentes, impide el diálogo respetuoso y simétrico entra actores y discursos, entre seres humanos, entre hombres y mujeres.

Para la muestra hay dos botones de esas masculinidades enfermizas que actúan políticamente, y cuyos efectos nocivos resultan ser sistémicos.

Los liderazgos mesiánicos suelen ser un rasgo fundamental de esa racionalidad masculina que en política resulta nociva para el agenciamiento de asuntos públicos, el logro de entornos democráticos y la resolución pacífica de los conflictos, connaturales a la condición humana.   

Haré referencia a dos líderes políticos latinoamericanos que mantienen su vigencia gracias a un ejercicio mediático que se hace desde unos criterios de noticiabilidad que le hacen juego a esa tóxica masculinidad.  Hablo de Álvaro Uribe Vélez, presidente de Colombia entre 2002 y 2010 y Hugo Rafael Chávez Frías, presidente de Venezuela desde 1998, a la fecha.

Los enfrentamientos verbales de estos ególatras dejan entrever actos de habla contaminados por esa racionalidad masculina que se funda sobre la violencia, sobre el uso de la fuerza física, la amenaza, el matoneo y todo tipo de señalamientos propios de una testosterona que los visibiliza más que como seres humanos, como machos irascibles.

Al reducir los asuntos de la política al enfrentamiento hormonal, personajes como Uribe y Chávez dicen y se intercambian epítetos como sea varón, le faltaron cojones o le doy en la cara marica, con los que no sólo exhiben un carácter primitivo, cuasi salvaje, sino con los que pusieron en riesgo la estabilidad de la región, por un eventual enfrentamiento armado cuando fungía como Presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez.

Los actos de habla que se producen desde una subjetividad masculina enferma, que se soporta en una idea de dominación, tienen efectos perniciosos en la política, en el sentido de lo público y en las formas en las que deben transcurrir y resolverse los conflictos entre Estados, entre gobiernos o entre individuos.

En el largo periodo de Uribe estuvimos ad portas de una intervención militar de Colombia en territorio venezolano, tal y como sucedió con la incursión armada del Ejército colombiano en suelo ecuatoriano, en la que resultó asesinado el líder guerrillero, alias ‘Raúl Reyes’.

Es decir, el Estado colombiano pudo violar por segunda vez el ordenamiento jurídico internacional, tal y como sucedió con el operativo militar realizado en Angostura (Ecuador), por una decisión del entonces Jefe de Estado  y de Gobierno, que fundó y funda aún su discurso pacificador en actos ilocutivos y perlocutivos soportados en el metadiscurso del gran macho.

Justamente, cuando un Estado opera desde los impulsos hormonales de un individuo que buscó afanosamente el poder para vengar la muerte de su padre, que usó dicho poder para compensar puntos débiles de su personalidad y de su menuda contextura física, y que además le sirvió como mecanismo de identificación con fuertes adversarios, en la búsqueda de superarlos, las instituciones y la institucionalidad democráticas, la política misma y la tradición diplomática se ven desbordadas de tal manera que terminaron debilitadas.

Eso hizo Uribe en Colombia y eso ha hecho y hace Chávez Frías en Venezuela, en especial con un discurso y unas acciones intimidantes en contra de la Oposición y de quienes no aceptan el modelo socialista, en especial, la concentración del poder en una sola figura que se torna invencible, irremplazable y con visos de deidad.

Los medios masivos, otro lugar de exhibición

La prensa es el escenario privilegiado en donde esa masculinidad enfermiza se replica a diario a través de hechos noticiosos divulgados por periódicos y noticieros radiales y de televisión, en donde se exhiben actos violentos perpetrados por hombres, que van desde violaciones y asesinatos a mujeres y menores de edad, accidentes de tránsito provocados por conductores borrachos (hombres), hasta declaraciones de guerra entre pandillas, carteles o entre Estados.

Periodistas presos del afán noticioso, reviven la vieja enemistad de los dos políticos latinoamericanos. Veamos algunos textos noticiosos de EL TIEMPO y EL ESPECTADOR, diarios colombianos:

El expresidente tildó de cobarde al venezolano, luego de que este le dijo que le faltaban "cojones". Evocando viejos tiempos, los presidentes Álvaro Uribe y Hugo Chávez entraron de nuevo en un enfrentamiento verbal sin medir palabras. La reacción más reciente fue del exmandatario colombiano, quien a través de Twitter calificó a Chávez de "cobarde". "Cuando capturábamos a un terrorista en Venezuela, de manera cobarde (Chávez) nos decía que él nos lo había entregado (...) Por miedo a la Farc no los capturaba y a nosotros nos decía que los sacáramos de Venezuela como lo hicimos con Granda", escribió Uribe en uno de cinco trinos que escribió en la mañana de este miércoles[3].
El otro diario bogotano recoge las reacciones de la misma manera: “La confrontación entre el expresidente Álvaro Uribe Vélez y el presidente venezolano Hugo Chávez no se detiene. Pasaron unas pocas horas para que Uribe respondiera a la más reciente arremetida de Chávez en la que aseguraba que a Uribe "le faltaron cojones" para intervenir en Venezuela. Vía Twitter, el expresidente colombiano enumeró las razones que tiene para tildar a Chávez de "cobarde" entre las que asegura que "por miedo a Farc no los capturaba”[4].
Estos  negativos y peligrosos liderazgos deben ser enfrentados con altas dosis de responsabilidad mediática y ciudadana, en aras de evitar caer en la complacencia, la admiración y el seguimiento a pie juntillas de actuaciones y de expresiones discursivas abiertamente prepolíticas, seudodemocráticas, poco civilizadas, pero sobre todo, encarnadas en un viejo y caduco machismo, que resulta de una masculinidad temerosa de ofrecer actitudes y actos de habla distintos a los que acompañan el uso de la fuerza física.





[1] Cyrulnik, Boris. Del gesto a la palabra. La etología de la comunicación en los seres vivos. España: Gedisa editorial. 2004. p. 49.
[2] Sinay, Sergio. La masculinidad tóxica. Un paradigma que enferma a la sociedad y amenaza a las personas. Editorial B, grupo Z.