Germán Ayala Osorio, politólogo y profesor Asociado de la Universidad Autónoma de Occidente, Cali- Colombia
De confirmarse la inhumación del proyecto de ley que pretendía facultar a Uribe para aspirar a una segunda reelección inmediata, el escenario político-electoral medio se aclara para aquellos que tienen aspiraciones presidenciales en el periodo 2010- 2014[1].
Mientras se acaba de sepultar la iniciativa reeleccionista (2010) y se da vía libre al referendo con el cual se recogieron las firmas (para el 2014), los aspirantes presidenciales deben empezar a pensar en las condiciones políticas que el uribismo[2] -y Uribe- impondrán para poder dar un paso al costado. Y esas condiciones se concentran en una frase lapidaria para las aspiraciones de quienes decidan lanzarse en 2010: será un gobierno de transición con el fantasma de Uribe sentado justo detrás del Solio de Bolívar. Y ello significa que quien llegue a la Casa de Nariño estará obligado a cumplir con una agenda preestablecida y a dar continuidad, pase lo que pase, con la única política pública reelegible de estos dos periodos: la de defensa seguridad democrática.
Un gobierno de transición sería inconveniente para las aspiraciones de megalómanos como Vargas Lleras o Juan Manuel Santos. Aunque se saben serviles a la causa uribista, especialmente Santos, deben reconocer que un gobierno de transición no les permitirá dejar su propia impronta, lo que los dejaría como simples marionetas de un proyecto político de derecha que solo puede ser ejecutado por Uribe Vélez. ¿Quién decidirá jugar al títere?
En ese escenario, una vez más la izquierda tendrá pocas opciones pues de forma natural un gobierno de transición debe hacerse con políticos de derecha, salvo que el Polo decida, por ejemplo, jugar el juego uribista con un candidato como Lucho Garzón que muta con frecuencia de acuerdo con sus propias conveniencias; un eventual e inesperado triunfo de un candidato de izquierda sería el primer argumento para que el uribismo declare la hecatombe, lo que significa que nuevamente entraría en acción el Mesías antioqueño para salvarnos.
¿Aceptarán esas condiciones Vargas Lleras y Santos o darán paso a un candidato que sin mayores aspiraciones políticas resulte confiable tanto para la coalición uribista en el Congreso, como para el uribismo que florece en la sociedad civil? Esa sería una cuestión a resolver si se confirma el regreso de Uribe en el 2014.
Como quiera que se mire, el escenario es complejo dado que el país, a pesar de algunas fisuras que aparecen en quienes han hecho posible el unanimismo mediático y político (léase uribismo), se está acostumbrando al carácter recio, frentero, camorrero y clientelista de Uribe Vélez. De todas formas su aceptación se da porque ha mantenido las condiciones inmejorables con las que actúan el sistema financiero, los industriales y en general las élites en Colombia y porque eligió la vía militar para solucionar el conflicto armado interno.
El gobierno de transición podría explicarse también desde las presiones que en materia de derechos humanos ejerza Obama una vez asuma la presidencia de los Estados Unidos. Esto lo saben muy bien los empresarios colombianos a quienes un gobierno de transición les debe llamar la atención porque saben que está de por medio el TLC y la generación de confianza con el gobierno demócrata estadounidense.
De todas formas, cualquiera sea el destino de las iniciativas reeleccionistas en el congreso o la decisión de Uribe Vélez, el legado de sus dos administraciones se empezará a sopesar una vez se supere la era Uribe y la sociedad civil comprenda que el país no puede seguir administrado desde los particulares intereses de unas minorías que han manejado a su antojo los recursos de Colombia.
De confirmarse la inhumación del proyecto de ley que pretendía facultar a Uribe para aspirar a una segunda reelección inmediata, el escenario político-electoral medio se aclara para aquellos que tienen aspiraciones presidenciales en el periodo 2010- 2014[1].
Mientras se acaba de sepultar la iniciativa reeleccionista (2010) y se da vía libre al referendo con el cual se recogieron las firmas (para el 2014), los aspirantes presidenciales deben empezar a pensar en las condiciones políticas que el uribismo[2] -y Uribe- impondrán para poder dar un paso al costado. Y esas condiciones se concentran en una frase lapidaria para las aspiraciones de quienes decidan lanzarse en 2010: será un gobierno de transición con el fantasma de Uribe sentado justo detrás del Solio de Bolívar. Y ello significa que quien llegue a la Casa de Nariño estará obligado a cumplir con una agenda preestablecida y a dar continuidad, pase lo que pase, con la única política pública reelegible de estos dos periodos: la de defensa seguridad democrática.
Un gobierno de transición sería inconveniente para las aspiraciones de megalómanos como Vargas Lleras o Juan Manuel Santos. Aunque se saben serviles a la causa uribista, especialmente Santos, deben reconocer que un gobierno de transición no les permitirá dejar su propia impronta, lo que los dejaría como simples marionetas de un proyecto político de derecha que solo puede ser ejecutado por Uribe Vélez. ¿Quién decidirá jugar al títere?
En ese escenario, una vez más la izquierda tendrá pocas opciones pues de forma natural un gobierno de transición debe hacerse con políticos de derecha, salvo que el Polo decida, por ejemplo, jugar el juego uribista con un candidato como Lucho Garzón que muta con frecuencia de acuerdo con sus propias conveniencias; un eventual e inesperado triunfo de un candidato de izquierda sería el primer argumento para que el uribismo declare la hecatombe, lo que significa que nuevamente entraría en acción el Mesías antioqueño para salvarnos.
¿Aceptarán esas condiciones Vargas Lleras y Santos o darán paso a un candidato que sin mayores aspiraciones políticas resulte confiable tanto para la coalición uribista en el Congreso, como para el uribismo que florece en la sociedad civil? Esa sería una cuestión a resolver si se confirma el regreso de Uribe en el 2014.
Como quiera que se mire, el escenario es complejo dado que el país, a pesar de algunas fisuras que aparecen en quienes han hecho posible el unanimismo mediático y político (léase uribismo), se está acostumbrando al carácter recio, frentero, camorrero y clientelista de Uribe Vélez. De todas formas su aceptación se da porque ha mantenido las condiciones inmejorables con las que actúan el sistema financiero, los industriales y en general las élites en Colombia y porque eligió la vía militar para solucionar el conflicto armado interno.
El gobierno de transición podría explicarse también desde las presiones que en materia de derechos humanos ejerza Obama una vez asuma la presidencia de los Estados Unidos. Esto lo saben muy bien los empresarios colombianos a quienes un gobierno de transición les debe llamar la atención porque saben que está de por medio el TLC y la generación de confianza con el gobierno demócrata estadounidense.
De todas formas, cualquiera sea el destino de las iniciativas reeleccionistas en el congreso o la decisión de Uribe Vélez, el legado de sus dos administraciones se empezará a sopesar una vez se supere la era Uribe y la sociedad civil comprenda que el país no puede seguir administrado desde los particulares intereses de unas minorías que han manejado a su antojo los recursos de Colombia.
Noviembre 27 de 2008. 9:00 AM.
[1] De todas formas la DMG-política es un fantasma que asusta a más de un congresista de la colación de gobierno, pues aún no está claro el origen de los recursos económicos recibidos para la recolección de más cuatro millones de firmas que hoy sostienen el proyecto de referendo.
[2] Incluye a los industriales, banqueros y un sector importante de las fuerzas armadas.