Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo.
Colombia arrastra la ‘maldición’
de ser un país biodiverso mal administrado por sucesivos gobiernos, que con
débiles instituciones y un torpe centralismo, pretenden dar cuenta de un
desarrollo sostenible en medio de la aplicación de prácticas extractivistas que
no respetan límites de resiliencia.
Tendría Colombia todo para ser
una ‘potencia’ dicen muchos; otros menos ambiciosos dicen que con toda la
riqueza y con la creatividad de su gente podría por lo menos ofrecer
condiciones de vida digna para todos sus nacionales. Pero la verdad es que el
país, como orden social y político avanza en medio de enormes dificultades que
hacen imposible que lleguemos a elevarnos como ‘potencia’ y logre garantizar
una vida digna para todos sus nacionales. Y es así porque no existe una mínima
claridad en torno a nomenclaturas como autonomía, soberanía, solidaridad y
reconocimiento del otro, entre otros elementos claves.
La responsabilidad recae en
muchos actores y factores. Podría decirse, por ejemplo, que el país no rompió
del todo con su pasado colonial. Jamás hubo una revolución política y mucho
menos cultural que permitiera romper con un pasado de dominación que parece
haber dejado profundas secuelas en las formas como los colombianos se
representan lo público, lo estatal y lo privado.
También se indica que sus élites
han sido incapaces de liderar procesos civilizatorios y coadyuvar a la consolidación de un proyecto de Nación
incluyente. De igual manera, hay que señalar a la ignorancia supina de millones
de sus nacionales y la pobreza material e inmaterial de otros tantos, como circunstancias
que impiden que Colombia haya superado no sólo el conflicto armado interno,
sino la pobreza urbana y rural, cada vez más visible y difícil de superar. Al
final es claro que subsisten factores, actores y circunstancias contextuales
que han impedido la consolidación del Estado como un orden social y político
viable social, política, cultural y ambientalmente.
Pero con todo y los problemas, el
orden social se mantiene y se reproduce porque las relaciones de dominación y
de poder tienen un fuerte arraigo en la cultura y esa cultura se legitima por
la acción u omisión del Estado, sin olvidar que existe un diseño constitucional
que asegura unos mínimos de sostenibilidad para ese orden social y político.
Se suele explicar y justificar la
existencia del conflicto armado interno y las múltiples expresiones de
violencia urbana por la pobreza estructural y coyuntural de millones de
colombianos. Pobreza que suele enfrentarse con políticas asistenciales que poco
o nada logran modificar los índices de pobreza (NBI), al tiempo que los
gobiernos neoliberales logran concentra más la riqueza en el sistema financiero
y en algunas reducidas familias. Pablo Dávalos considera que “para el capitalismo los pobres son
fundamentales, son el engranaje que aceita sus relaciones de poder. Son la
heurística de la escasez. Nunca se trató de aliviar ni mitigar la pobreza, se
trató, en realidad, de ejercer el poder en condiciones de hegemonía que permitan cerrar la historia
a las propuestas alternativas y
emancipatorias…”[1]
Así, la lucha contra la pobreza
es histórica. Y en medio de esa aparente lucha, parece que las organizaciones
financieras, políticas y ONG de carácter
internacional olvidan que la pobreza se produce y se reproduce gracias
al capitalismo. Pablo Dávalos señala que “… lo que no se dice es que la pobreza es
inherente al mismo desarrollo del capitalismo y que los proyectos que financia
en Banco Mundial no solo que provocan
más pobreza sino que apelan a la violencia para sostenerla y en aquellos
lugares en los que interviene las sociedades quedan fracturadas de manera
irremisible y los conflictos sociales se agudizan y exacerban”[2].
Sin duda, la lucha contra la
pobreza no sólo es aparente, sino que deviene contradictoria y profundamente inocua
porque hay un sistema que la produce y la reproduce. Poderoso sistema económico,
nacional e internacional que ha logrado descentrar la política, restándole así
poder a la lucha social, a los movimientos sociales y a los sectores opositores
al modelo económico neoliberal.
Resulta contradictoria la lucha
contra la pobreza cuando se diseñan y se implementan políticas públicas como Familias en Acción
(Plan Colombia), que llevaron a que madres receptoras de los subsidios
recomendaran a sus hijas adolescentes embarazarse para que recibieran el dinero
estatal. Sin duda, estamos ante una política pública contradictoria que termina
por reproducir la pobreza con la anuencia del Estado.
La responsabilidad de este tipo
de iniciativas gubernamentales no sólo recae en los gobiernos de Pastrana,
Uribe y Santos, sino en los partidos políticos y en la sociedad misma. En
particular en los partidos de izquierda que deben trabajar en la educación y en
el cambio cultural de los más necesitados, en lugar de convertirlos en objetos
a conquistar con subsidios y acciones paliativas que no confrontan el problema
estructural de un sistema económico que segrega y reproduce la pobreza y la
miseria.
Es allí en donde deben trabajar
la Iglesia Católica, los partidos de izquierda y las ONG, entre otros actores.
Es decir, educar, mejorar procesos civilizatorios y un cambio cultural que
permita a todos los ciudadanos repensar sus vidas más allá de las ‘presiones’
que ejerce la sociedad sobre mujeres y hombres en el sentido en que deben
reproducirse, sin revisar las condiciones económicas y de capital social
acumulado para enfrentar el reto de ser padres.
Pero volvamos a ese omnímodo
poder económico que produce y reproduce la pobreza. La pregunta es: ¿Cómo enfrentarlo? Existe una
forma aún no explorada para enfrentarlo, desde la perspectiva ciudadana y de
los movimientos sociales. Se trata de una circunstancia que bien cabe dentro de
lo que se conoce como biopoder, pero direccionado desde las huestes sociales.
Hablo de la reproducción humana como elemento de un biopoder que se opone al
poder económico y financiero que reproduce la pobreza.
De cara a enfrentar los efectos
nocivos que dejan el mercado, la globalización económica, el capital financiero
y sus agentes internacionales y locales en la condición humana, un camino posible para enfrentar no sólo la
pobreza, sino el empobrecimiento de la experiencia de la vida anclada como
nunca al poder del dinero, del mercado y del consumo, es frenar el nacimiento
de seres humanos, especialmente en aquellas comunidades urbanas[3]
frágiles, vulnerables y pobres que viven del asistencialismo estatal y de la
mirada y las acciones lastimeras de la Iglesia Católica, de ONG y de ciudadanos
acomodados económicamente que desean exculparse haciendo obras benéficas. Y no
se trata de imponer el control de la natalidad. Hablo de auto deliberación, de
autoconciencia. Cada ciudadano debería ser capaz de discutir si quiere o no, si
realmente puede o no garantizar una vida digna para los hijos que piensa tener.
Insisto en que reproducirse debe
ser un factor político clave en el marco de una concepción distinta del
biopoder. Y ese poder está especialmente concentrado en las mujeres y en su
capacidad para manejar y disponer de sus cuerpos. Mujeres empoderadas social,
política y económicamente pueden resultar decisivas para modificar
sustancialmente los imaginarios y las representaciones sociales que circulan
frente a la ‘obligatoriedad’ de ser madres. Tener o no tener hijos es hoy un
asunto de indiscutible valor ético-político.
Nota: Publicado en www.programalallave.com
http://www.programalallave.com/opinion.php?titulo=TENER%20O%20TENER,%20ESA%20ES%20LA%20CUESTI%C3%93N&autor=GERM%C3%81N%20AYALA
[1] Dávalos, Pablo. La democracia
disciplinaria. El proyecto posneoliberal para América Latina. Colección del
Congreso de los Pueblos. Ediciones Desde Abajo. p. 106
[2] Dávalos, Pablo. La democracia
disciplinaria. p. 27.
[3] Las comunidades indígenas deben
reproducirse porque son minoría y deben garantizar su permanencia en tanto sus
proyectos de vida confrontan el modelo de vida basado en la acumulación
económica.