Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría a paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto es un pueblo maduro para la paz". Estanislao Zuleta. 1.985. En: “La fiesta es una guerra”
Las acciones contra la guerra y contra todos los actores armados, incluyendo al Estado, emprendidas en el Cauca por los indígenas Nasa, vienen con una carga simbólica y política que puede resultar importante en aras de darle un giro a la guerra interna, a través de la creación de un gran movimiento civil que agite y plante en lo más alto de una montaña la bandera de la paz.
Con valor, seguridad, pero con una histórica legitimidad, los Nasa se levantan hoy contra aquellas fuerzas legales e ilegales, y eso sí, ilegítimas todas, que de tiempo atrás han convertido sus territorios en teatros de operaciones y escenario de confrontaciones armadas con la latente intención de acabarlos como Pueblo. No sólo asesinando, desplazando e intimidando a sus líderes y comuneros, sino haciendo que los símbolos de la guerra terminen penetrando y afectando su plan de vida. El reclutamiento forzoso y la cooptación ideológica son expresiones claras de cómo la guerra contamina el devenir de un grupo de colombianos que tienen otras lógicas de vida.
Opuestos a la permanencia de las fuerzas del Estado en su territorio, los indígenas Nasa activan en el Cauca acciones para desmantelar, física y simbólicamente, trincheras y herramientas de comunicaciones usadas por el ejército de Colombia, para mantener la dinámica de un conflicto que militares y policías saben que no van a ganar en los campos de batalla.
Para muchos se trata de acciones ilegales, desproporcionadas, equivocadas y abiertamente contrarias al ordenamiento jurídico, en tanto que se está rechazando a las fuerzas del Estado, creadas y dispuestas para hacer presencia y ejercer efectiva soberanía sobre tierras que hacen parte de la Nación.
Juzgar de esa forma las acciones colectivas de los Nasa es desconocer el daño que la guerra genera en su gente y en su cultura, pero especialmente, desconocer el valor que éstas tienen en tanto con ellas la paz se vuelve tangible, y por ese camino, cobra vida en ciudadanos hastiados con un largo conflicto y con actores armados acostumbrados a negar sus derechos a la autonomía y a la consecución de sus sueños y aspiraciones plasmados en su plan de vida.
Lo que hay que hacer ahora es rodear a los indígenas Nasa y junto a ellos y a sus acciones colectivas, configurar un gran movimiento nacional ciudadano de clara oposición a la guerra. Si Santos tuviera la capacidad para leer de manera distinta las acciones de los indígenas, entendería que la llave de la paz no está en su bolsillo o en los bolsillos de la dirigencia de las Farc, sino en este movimiento indígena que ha demostrado con sus valerosas acciones civiles otros caminos para llegar a la paz.
Pero Santos, preso del discurso militarista que apoyan empresarios, élites y acorralado por unas fuerzas militares a las que no les conviene la paz, en especial a la alta burocracia militar y presionado por el discurso guerrerista de su antecesor y de sus áulicos, desestima el discurso anti guerra de los indígenas e insiste en mantener las condiciones de un conflicto que minuto a minuto se eterniza, pero que de manera contradictoria mantiene su carácter periférico que lo hace ver como una externalidad para la vida de millones de colombianos.
Sumarse al discurso antiguerra de los Nasa y llevar la bandera de la paz que connota su levantamiento en contra de los combatientes, debe entenderse como un paso responsable, digno, legítimo y valeroso de quienes hoy vivimos relativamente cómodos en centros urbanos, alejados de una guerra que se concentra en lugares donde tradicionalmente la presencia del Estado es y ha sido débil.
Pero para sumarse debemos abandonar prevenciones culturales, étnicas, identitarias e ideológicas que en torno a los indígenas ha creado la cultura dominante, que de forma permanente nos ha enseñado a mirar con recelo y prepotencia la vida y las acciones de los indígenas.
Y el primero que debería cambiar sus prevenciones en torno a los Nasa y demás pueblos indígenas, es el Presidente Santos, hijo de una rancia élite bogotana que siempre ha pensado que aquellos buscan crear repúblicas independientes, amparados en los derechos que la Constitución Política les brinda, por ejemplo, en torno al reconocimiento de la jurisdicción[1] especial indígena.
Estamos, pues, ante una acción colectiva que debería de servir para darle un impulso a la paz como proyecto político capaz de negarle y quitarles espacios a los combatientes y a los señores de guerra que desde ámbitos estatales y privados (empresarios nacionales e internacionales) siguen auspiciando una guerra que ya completa 50 años. Por ello, es hora de decirles a las fuerzas enfrentadas y a sus soportes ideológicos, políticos y económicos, que su tiempo ya pasó y que ahora es el turno para el discurso y las acciones de paz.
El epígrafe de esta columna bien podría servir para iniciar el proceso de comprensión de las acciones políticas de un pueblo indígena que se cansó de la guerra y que demuestra no tener miedo a los combatientes.
Los movimientos urbanos cercanos y amigos de la paz negociada podrían apreciar y ver las acciones colectivas de los Nasa como una iniciativa ciudadana, civil, capaz de abrir caminos distintos a los que plantea la guerra. Es hora de buscar coincidencias y encontrarnos con los indígenas en una causa, un anhelo y un sueño que es compartido por millones de colombianos que aún no saben qué es eso de vivir en paz.
[1] “Artículo 246. Las autoridades de los pueblos indígenas podrán ejercer funciones jurisdiccionales dentro de su ámbito territorial, de conformidad con sus propias normas y procedimientos, siempre que no sean contrarios a la Constitución y leyes de la República. La ley establecerá las formas de coordinación de esta jurisdicción especial con el sistema judicial nacional”. A tener en cuenta otros artículos de la Carta Política como el 7, 8, 10, 11, 12 y el Artículo 22, que señala que “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Carta Política de Colombia.