Por Germán Ayala Osorio , comunicador social y politólogo
www.laotratribuna1.blogspot.com
El proyecto político, económico, social y cultural del paramilitarismo necesitó de ideólogos que hicieran lobby en altas y medianas esferas de la sociedad colombiana, para lograr no sólo penetrar su estructura, así como lo hicieron en las del Estado, sino para ganar adeptos para un proyecto fincado en el cansancio que aquellos sectores de poder sentían por la acción guerrillera y por los discursos reivindicantes de socialistas, comunistas, sindicalistas y pensadores críticos del Establecimiento.
En este tipo de iniciativas políticas las tribunas de opinión de la gran prensa juegan un papel clave, como quiera que desde allí se han defendido proyectos revolucionarios de las guerrillas, y en los últimos años, la acción pretendidamente contrainsurgente del paramilitarismo, como acción válida ante la debilidad del Estado para contener la avanzada de las Farc y del Eln.
Que columnistas expongan sus ideas y muestren en sus columnas sus simpatías ideológicas frente a los proyectos armados de guerrillas y paramilitares refleja en parte el contexto colombiano, polarizado entre las tendencias de izquierda y de derecha. Pero, por un lado va que cada columnista elabore y exponga sus planteamientos de manera libre, esto es, sujeto tan sólo a los límites que le pone su propia capacidad discursiva. Hasta allí creo, que las libertades de conciencia, de expresión y de prensa quedan cubiertas, lo que daría para aplaudir que aun en medio de las diferencias ideológicas, unos y otros, pueden exponer sus ideas de manera libre, eso sí, sin desconocer que en Colombia siempre habrá riesgos para quienes deciden hacer públicas sus opiniones.
Y creo que la gran prensa, motivada no sólo por la decisión de asegurar la pluralidad de pensamiento en sus tribunas de opinión, logra hoy que confluyan en sus páginas de opinión plumas de diversa índole y talante. Por ejemplo, en medios nacionales como EL TIEMPO y EL ESPECTADOR se exhiben posturas de derecha de columnistas como José Obdulio Gaviria, Fernando Londoño y por supuesto, el propio caso de Ernesto Yamhure.
Pero por un lado van las afinidades ideológicas que un columnista pueda sentir o advertir hacia una corriente de pensamiento, o con un proyecto político armado como el de las Farc y las AUC, y por el otro, que los columnistas terminen cumpliendo el papel de prestidigitadores, de voceros, de magos del discurso, para encubrir una empresa criminal y hacerla pasar como un proyecto libertador y por ello legítimo y vital para la nación colombiana.
Ese parece ser el caso de Ernesto Yahmure, columnista de EL ESPECTADOR por más de 10 años, a quien se le señala de haber tenido relaciones cercanas con Carlos Castaño, líder de las AUC. La versión la recoge hoy la revista Semana.com, quien a su vez basa su información en la que publicara el periódico Un Pasquín, dirigido por el reconocido caricaturista, Vladdo.
En Semana.com se lee hoy 01 de septiembre de 2011 que ”los documentos, hallados en una memoria USB en poder de la Fiscalía y publicados en el periódico Un Pasquín, revelan que Carlos Castaño conocía de antemano las columnas de Ernesto Yamhure y que el entonces jefe paramilitar tenía injerencia sobre su contenido” (sic).
Si ello fue así, Yamhure puede ser señalado como testaferro ideológico de la empresa criminal más grande, temible y exitosa puesta en macha en Colombia: el paramilitarismo.
Esa constatación perjudicaría la libertad de pensamiento y a las propias libertades de expresión e incluso, a la libertad de prensa, en la medida en que el ejercicio subjetivo de la doxa estaría mediado, por un lado, por la presión política que pudo haber ejercido el líder las AUC, Carlos Castaño, sobre Yamhure, para que publicara sus columnas en un sentido o en otro; pero por el otro lado, el mencionado columnista estaría sirviendo de estafeta, de amanuense a un proyecto criminal violador de los derechos humanos y responsable de buena parte de los desplazamientos forzosos de millones de colombianos, lo que de inmediato invalida el ejercicio subjetivo de la opinión, para poner, ese mismo ejercicio, al servicio de semejante empresa criminal.
Estamos, entonces, ante una línea delgada que se dibuja entre el derecho que les asiste a los columnistas de la gran prensa nacional, con todo y lo que ello significa, a expresar con cierta libertad su opinión y de convertirse por esa vía en líderes de opinión, y el de militar, validar, aceptar, difundir y de apoyar empresas o proyectos criminales como el paramilitarismo.
Y si bien no se puede endilgar responsabilidad alguna al diario EL ESPECTADOR por dar cobijo a este tipo de columnistas, sí amerita una discusión alrededor de lo que significa para un país violento y polarizado ideológicamente el abrir tribunas de opinión que terminan sirviendo a los intereses de líderes político-militares al margen de la ley.
Creo que es hora de que el debate se dé y qué bueno sería que las Facultades de Periodismo del país, junto con los medios masivos, convocaran a una discusión sobre este caso que de todas formas toca la responsabilidad social de los medios masivos, en especial en lo que tiene que ver con la generación de estados de opinión que de verdad sirvan para que las audiencias comprendan los riesgos latentes de defender y militar en proyectos político-militares infestados por el narcotráfico y responsables en la comisión de delitos de lesa humanidad.
Es ya suficiente riesgo para un columnista estar sujeto a sus propias convicciones, ideales y posturas. Y peor aún será el riesgo para éste, cuando decide poner su pluma al servicio de quienes están lejos de aceptar la diferencia. Al hacerlo, deja de ser un columnista, para convertirse en un vulgar testaferro ideológico.
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El proyecto político, económico, social y cultural del paramilitarismo necesitó de ideólogos que hicieran lobby en altas y medianas esferas de la sociedad colombiana, para lograr no sólo penetrar su estructura, así como lo hicieron en las del Estado, sino para ganar adeptos para un proyecto fincado en el cansancio que aquellos sectores de poder sentían por la acción guerrillera y por los discursos reivindicantes de socialistas, comunistas, sindicalistas y pensadores críticos del Establecimiento.
En este tipo de iniciativas políticas las tribunas de opinión de la gran prensa juegan un papel clave, como quiera que desde allí se han defendido proyectos revolucionarios de las guerrillas, y en los últimos años, la acción pretendidamente contrainsurgente del paramilitarismo, como acción válida ante la debilidad del Estado para contener la avanzada de las Farc y del Eln.
Que columnistas expongan sus ideas y muestren en sus columnas sus simpatías ideológicas frente a los proyectos armados de guerrillas y paramilitares refleja en parte el contexto colombiano, polarizado entre las tendencias de izquierda y de derecha. Pero, por un lado va que cada columnista elabore y exponga sus planteamientos de manera libre, esto es, sujeto tan sólo a los límites que le pone su propia capacidad discursiva. Hasta allí creo, que las libertades de conciencia, de expresión y de prensa quedan cubiertas, lo que daría para aplaudir que aun en medio de las diferencias ideológicas, unos y otros, pueden exponer sus ideas de manera libre, eso sí, sin desconocer que en Colombia siempre habrá riesgos para quienes deciden hacer públicas sus opiniones.
Y creo que la gran prensa, motivada no sólo por la decisión de asegurar la pluralidad de pensamiento en sus tribunas de opinión, logra hoy que confluyan en sus páginas de opinión plumas de diversa índole y talante. Por ejemplo, en medios nacionales como EL TIEMPO y EL ESPECTADOR se exhiben posturas de derecha de columnistas como José Obdulio Gaviria, Fernando Londoño y por supuesto, el propio caso de Ernesto Yamhure.
Pero por un lado van las afinidades ideológicas que un columnista pueda sentir o advertir hacia una corriente de pensamiento, o con un proyecto político armado como el de las Farc y las AUC, y por el otro, que los columnistas terminen cumpliendo el papel de prestidigitadores, de voceros, de magos del discurso, para encubrir una empresa criminal y hacerla pasar como un proyecto libertador y por ello legítimo y vital para la nación colombiana.
Ese parece ser el caso de Ernesto Yahmure, columnista de EL ESPECTADOR por más de 10 años, a quien se le señala de haber tenido relaciones cercanas con Carlos Castaño, líder de las AUC. La versión la recoge hoy la revista Semana.com, quien a su vez basa su información en la que publicara el periódico Un Pasquín, dirigido por el reconocido caricaturista, Vladdo.
En Semana.com se lee hoy 01 de septiembre de 2011 que ”los documentos, hallados en una memoria USB en poder de la Fiscalía y publicados en el periódico Un Pasquín, revelan que Carlos Castaño conocía de antemano las columnas de Ernesto Yamhure y que el entonces jefe paramilitar tenía injerencia sobre su contenido” (sic).
Si ello fue así, Yamhure puede ser señalado como testaferro ideológico de la empresa criminal más grande, temible y exitosa puesta en macha en Colombia: el paramilitarismo.
Esa constatación perjudicaría la libertad de pensamiento y a las propias libertades de expresión e incluso, a la libertad de prensa, en la medida en que el ejercicio subjetivo de la doxa estaría mediado, por un lado, por la presión política que pudo haber ejercido el líder las AUC, Carlos Castaño, sobre Yamhure, para que publicara sus columnas en un sentido o en otro; pero por el otro lado, el mencionado columnista estaría sirviendo de estafeta, de amanuense a un proyecto criminal violador de los derechos humanos y responsable de buena parte de los desplazamientos forzosos de millones de colombianos, lo que de inmediato invalida el ejercicio subjetivo de la opinión, para poner, ese mismo ejercicio, al servicio de semejante empresa criminal.
Estamos, entonces, ante una línea delgada que se dibuja entre el derecho que les asiste a los columnistas de la gran prensa nacional, con todo y lo que ello significa, a expresar con cierta libertad su opinión y de convertirse por esa vía en líderes de opinión, y el de militar, validar, aceptar, difundir y de apoyar empresas o proyectos criminales como el paramilitarismo.
Y si bien no se puede endilgar responsabilidad alguna al diario EL ESPECTADOR por dar cobijo a este tipo de columnistas, sí amerita una discusión alrededor de lo que significa para un país violento y polarizado ideológicamente el abrir tribunas de opinión que terminan sirviendo a los intereses de líderes político-militares al margen de la ley.
Creo que es hora de que el debate se dé y qué bueno sería que las Facultades de Periodismo del país, junto con los medios masivos, convocaran a una discusión sobre este caso que de todas formas toca la responsabilidad social de los medios masivos, en especial en lo que tiene que ver con la generación de estados de opinión que de verdad sirvan para que las audiencias comprendan los riesgos latentes de defender y militar en proyectos político-militares infestados por el narcotráfico y responsables en la comisión de delitos de lesa humanidad.
Es ya suficiente riesgo para un columnista estar sujeto a sus propias convicciones, ideales y posturas. Y peor aún será el riesgo para éste, cuando decide poner su pluma al servicio de quienes están lejos de aceptar la diferencia. Al hacerlo, deja de ser un columnista, para convertirse en un vulgar testaferro ideológico.