miércoles, 30 de abril de 2008

Ben- Edicto y la mano de Ríos


A propósito de la muerte del guerrillero 'Raúl Reyes'

Por Germán Ayala Osorio
Qué agitado contexto político-mediático el que vivimos los colombianos entre el sábado 1 y el 2 de marzo de 2008, a raíz de las condiciones en las que fue abatido el guerrillero de las Farc, ‘Raúl Reyes’ y las consecuentes reacciones de los gobiernos de Ecuador y Venezuela.

Los hechos acaecidos y divulgados ampliamente por los noticieros privados RCN y Caracol, para nombrar dos ejemplos, dejan entrever no sólo el positivo valor que la muerte violenta ha alcanzado para un importante número de colombianos, sino el difícil escenario en el cual el conflicto armado colombiano se viene desarrollando y se desarrollará hacia futuro. Desde ya es previsible un quiebre en la dinámica del mismo.

Cuando hablo del ‘positivo’ valor que la muerte violenta tiene para millones de colombianos, intento acercarme a lo que Cruz Kronfly llama la filtración de lo inhumano en la cultura. Dice el ensayista vallecaucano que “cada vez más pocas personas se asustan hoy en día con los componentes inhumanos del cine, la televisión, los juegos y toda la industria massmediática de la crueldad, que ha hecho de las imágenes inhumanas un objeto de disfrute y de consumo masivo.”[1]

El dolor que se esconde detrás de cada muerte violenta, lograda con especial sevicia, resulta ser un plato mediático de gran impacto cultural. El ataque militar de la tropa oficial colombiana al campamento en donde dormía ‘Raúl Reyes’, recuerda el feroz ataque que las Farc perpetró contra los soldados, que también dormían, en la base militar de Patascoy. Es decir, son acciones perfectamente explicables a la luz del ‘derecho a la guerra’, pero perfectamente evitables si la política fuera entendida como el camino para lograr que lo humano sea posible.

Guerreros de bando y bando, junto con el maniqueo discurso periodístico-noticioso, hacen que la muerte y el hedor de los combates desplacen la reflexión en torno a la guerra, dejando que la sonrisa de satisfacción, exhibida por el ministro de la Defensa de Colombia al anunciar el ‘positivo’ militar, se multiplique exponencialmente, gracias a la acción de titulares con los que se intenta esconder la felicidad de funcionarios, periodistas y audiencias, que alcanzan placer con el espectáculo de la muerte.

Que es un triunfo militar la muerte de Reyes, sin duda, pero antes que nada, murió un ser humano, que equivocado o no, hacía parte de esta tierra. Pero que no se olvide que los triunfos militares nos alejan de la posibilidad de dialogar y de entendernos en la diferencia.


Hacia dónde va el conflicto

Con la muerte de Reyes las dinámicas del conflicto armado interno cambiarán en lo sucesivo. Las Farc se cuidarán de aceptar encuentros en plena selva, con personalidades políticas y con periodistas, por la posibilidad que se brinda a la ‘inteligencia militar’, con el apoyo tecnológico de los gringos, de localizar campamentos y planear con tiempo ataques como el que se produjo en territorio ecuatoriano.

Las reacciones político-militares de los gobiernos de Ecuador y Venezuela harán casi imposible que este tipo de acciones se vuelva a repetir. De eso se cuidarán muy bien los farianos y las tropas oficiales de los dos vecinos de Colombia. Sin duda, se trata de un descuido de las Farc, pues la anuencia del gobierno ecuatoriano por su presencia en su territorio, no evitó que el golpe colombiano se diera, y, de esa forma.

Así, será muy difícil que las fuerzas militares colombianas logren dar un golpe de mano de estas características, salvo que los campamentos efectivamente estén en territorio colombiano.

El asunto es complejo en la medida en que las Farc y los gobiernos que ven legítima su acción armada, deberán diseñar estrategias que les permitan a los primeros sobrevivir en medio de la persecución, y a los segundos, cuidarse de las consecuencias políticas, económicas y militares de reconocer a la agrupación ilegal como un actor político.

El escalamiento del conflicto es ya una realidad: traspasó fronteras y generó crisis político- diplomáticas de impredecibles consecuencias. El Departamento de Estado estará muy atento a los movimientos de los gobiernos de Venezuela y Ecuador pues sus reacciones configurarán, en el corto plazo, la consolidación de un ‘eje del mal’, justo a la medida de las necesidades e intereses del gobierno de los Estados Unidos.

Las cartas están jugadas. Hoy, como en las décadas de los sesenta y setenta, hay dos orillas ideológicas que hacen ver con claridad que en política internacional no hay países amigos, y mucho menos hermandad; y que cuando aparecen diferencias ideológicas profundas, los asuntos de Estado afloran vestidos de camuflado, lo que significa un alistamiento para la guerra.

Ese escenario no debe disgustar a la industria militar americana y a quienes desde el Congreso, aseguran su viabilidad económica gracias al apoyo de planes de intervención militar en conflictos bélicos internos (como el Plan Colombia) y en la generación de guerras entre estados (el caso del Oriente medio).

Sobre el asunto de la soberanía

La soberanía del Estado- nación es, ante todo, una ilusión, un valor, un deseo, e incluso hoy, por los evidentes fenómenos y circunstancias que declaran su declive, una quimera.

Así como la nomenclatura Estado es una abstracción de un tipo de orden, de unas lógicas y procedimientos asociados a la vida humana en sociedad, la soberanía, como condición natural de éste, alcanza igualmente niveles de abstracción que la acercan a un imaginario, a una idea, a una posibilidad.[2]

Estado y soberanía son, entonces, construcciones simbólicas que posibilitan y dan sentido a un ordenamiento jurídico–político, interno y externo, que asegura el advenimiento y sostenimiento de un ser humano y de una condición humana cambiante y azarosa en la que sobresalen aspiraciones, miedos, incertidumbres, su condición finita, y por supuesto, la certeza de poder explicar el mundo humano a través del lenguaje y de dominarlo a partir del desarrollo técnico y científico.

Por ser el Estado y la soberanía el resultado de un proceso humano histórico, los juicios evaluativos acerca de su conveniencia o inconveniencia, e incluso los llamados a pensarlos como referentes únicos, paradigmáticos y orientadores de la vida en sociedad, advierten actitudes y posturas polarizantes, contradictorias y comprensibles en tanto surgen de estadios socio históricos complejos en los que sobresale una condición humana asociada al miedo, a la debilidad y en general, a lo irresoluto que pueda resultar explicar qué hacemos en el mundo y de dónde venimos.

Las complejas circunstancias y elementos propios de la condición humana hicieron pensar en un momento histórico preciso, que el soberano hobbesiano fuera posible porque brindaría seguridad a quienes por su condición estuvieran en estado de indefensión frente al poder de otros; por ello aceptamos el principio de la privación de libertades para ganar en seguridad. Hay allí, entonces, un profundo miedo y desasosiego que fundan las relaciones sociales, políticas y económicas de un mundo humano perfectamente lógico, pero siempre contradictorio.

Para el caso de la incursión militar colombiana en territorio ecuatoriano, huelga decir que en términos prácticos, se violó la soberanía del Ecuador, pero más allá, se irrespetó a un gobierno de izquierda, que guiado por el provocador liderazgo de Hugo Chávez Frías, vio vulnerado un símbolo ya maltrecho por las condiciones en las que hoy sobreviven los Estados en el actual proceso de globalización.

Decir que se ha violado la soberanía nacional es un artilugio al que apelan gobiernos que pretenden borrar de su historia, eventos en los que claramente la sociedad civil, autoridades de toda índole, administraciones pasadas y partidos políticos, capitularon y dejaron que actores externos, el propio mercado, e intereses de multinacionales, entre otros, definieran el futuro de naciones como Venezuela, Ecuador y claro, Colombia.

Por ello, la reflexión que cito a continuación encaja perfectamente en el pasado inmediato y por qué no en el actual presente, tanto de Venezuela como del Ecuador:

“… A pesar de ostentar la representación internacional del país, la soberanía del Estado colombiano es desafiada por procesos de cooperación y protección de bienes públicos universales que ponen en relación directa y sin mediaciones estatales fragmentos del territorio nacional con actores internacionales de muy diverso carácter. La naturaleza del conflicto armado colombiano hace pensar en la fragilidad de la soberanía estatal, hace dudar tanto de la presencia del Estado en todo el territorio, como de la indivisibilidad de la república, e introduce dudas razonables en torno a su omnipotencia o capacidad para despojar a los ciudadanos de sus hostilidades y violencias recíprocas, y para proveer una sociedad pacificada y desarmada, invirtiendo los términos de la ecuación soberanía-guerra conjurada(Hobbes,1980:22-45).”[3]

Nada más peligroso para los pueblos de Venezuela, Colombia y Ecuador, que los liderazgos guerreristas, camorreros, mezquinos y premodernos de Correa, Chávez y Uribe. Y más peligrosos aún, cuando con el concurso de poderosas empresas mediáticas, generan estados de opinión que exacerban viejos y anacrónicos nacionalismos. Hoy, más que nunca, se necesita de ciudadanos formados en criterio para entender que regímenes presidencialistas revestidos de una hostigante megalomanía, son frágiles misiles que al menor contacto, salen en la dirección incorrecta.

[1] CRUZ KRONFLY, Fernando. La derrota de la luz. Ensayos sobre modernidad, contemporaneidad y cultura. Programa Editorial Universidad del Valle, 2007. p. 100.

[2] No olvidar que la idea original de soberanía sacralizada fundó las relaciones políticas por mucho tiempo, especialmente por los aportes de Bodin. Así, el príncipe es aceptado como el soberano legítimo porque su misma imagen está en perfecta consonancia con la de Dios, de ahí que la ley divina no pudiera – ni debiera contradecirse. Posteriormente, Grotius señalaría que la soberanía pertenecía al Estado (no el del Príncipe), integrado o fruto de una comunidad. Grotius situó la soberanía con respecto al hombre como miembro de comunidades múltiples y a partir del incipiente comercio internacional de la época.

[3] Tomado de María Teresa Uribe, Emancipación social en un contexto de guerra prolongada. El caso de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. EN: Emancipación social y violencia en Colombia. Boaventura de Sousa Santos y Mauricio García Villegas (eds). Norma- Vitral, Bogotá, 2004. p. 77-78.

miércoles, 9 de abril de 2008

Fuerte ofensiva del neoliberalismo apelando al terrorismo mediático

John McCain, virtual candidato “republicano” a la presidencia de EE.UU., visitó Irak. Está de acuerdo con la “guerra” –invasión de EE.UU. y un grupo de aliados-. Barack Obama y Hillary Clinton “demócratas” –salvo detalles no demasiado sustanciales-, piensan, en más de una cuestión, como Mac Cain. Unos y otros, y quienes los interpretan política y mediaticamente, se desviven apelando a eufemismos para justificar, total o parcialmente, aquello que en la historia de las matanzas contra la humanidad, tiene nombres indisimulables: genocidio, holocausto. En la ciudad de Rosario, Argentina, un conspicuo hombre de la CIA, Roger Noriega; un “anticastrista”, ligado a la mafia-terrorista de Miami, Carlos Montaner; el perro faldero de George W. Bush, José María Aznar; el opaco vaquero ex presidente de México, Vicente Fox; el escritor de la derecha global, Mario Vargas Llosa; Mauricio Macri, Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el “apolítico”, dueño de Radio Caracas Televisión de Venezuela (RCTV), Marcel Granier, –entre varios más- se dedicaron a reivindicar en un todo el neoliberalismo. Advirtiendo que están en operaciones. En términos políticos: inflamando la contraofensiva frente a la expansión de movimientos progresistas que, por la vía electoral han llegado al gobierno de varios países de la región. Cosa inadmisible para los que se suponen dueños del mundo y de la vida y la muerte de quienes lo habitan. Luiz Alberto Moniz Bandeira, reconocido historiador sudamericano, fue entrevistado recientemente por la periodista Eleonora Gosman, corresponsal en Brasil del diario Clarín, de la Argentina. En la nota Bandeira dice que el problema suscitado entre Ecuador, Colombia y Venezuela, “no será resuelto porque no interesa en Colombia, y mucho menos al presidente Alvaro Uribe, acabar con la guerra civil que dura más de 50 años. El –por Uribe- y la elite colombiana ganan con los recursos que le proveen Estados Unidos, que a su vez gana con la venta de material bélico y con la asistencia militar en defensa de los oleoductos. Colombia es el tercer mayor exportador latinoamericano de petróleo para los Estados Unidos, debajo de Venezuela y México, y ocupa el sexto lugar en el ranking mundial”. Parece una gran casualidad –que por supuesto no lo es- el hecho de que, por aquí y por allá, se expanda en estos días del siglo XXI, la muerte organizada, con el fin de llevar la guerra donde haya petróleo y en todo rincón del planeta que sirva al desarrollo geoestratégico del proyecto imperialista. Sólo la ingenuidad plena de ignorancia o la connivencia con el mayor agresor de la humanidad, contribuyen a disimular con eufemismos el holocausto en Irak y los que en ciernes se avizoran en el horizonte de la dominación imperialista: Colombia y el total de América Latina, región rica en recursos naturales y estratégicos. En tal sentido el terrorismo mediático asume un rol primordial, siguiendo –a conciencia y como beneficiario de negocios súper millonarios- el trazado grueso de la estrategia del complejo militar-industrial, con su sede central en Washington: hablar y mostrar, hasta la saciedad, lo secundario. Ocultar y distorsionar, hasta el hartazgo, lo principal. Relatar hechos sin contexto histórico, inventarlos y/o mudarlos de sus escenarios reales a caballo de informes, fotografías y filmaciones trucadas. Interesante, pues, es comprobar nuevamente, que cuanto más se desnuda el apetito del asesino, más se intensifica la labor del aparato mediático transnacional, y sus ramificaciones, en procura de mantener en vilo la atención sobre la realidad cubana y venezolana. Supuestamente, un despropósito. Sin embargo, no lo es: Cuba debe ser demolida como idea y la República Bolivariana de Venezuela, liderada por Chávez, debe volver a atrás. A los tiempos en que el petróleo y el gas se saqueaba a manos llenas para rendir pleitesías al imperio. A tal punto esa explotación y saqueo que la casi única fuente de recursos de Venezuela era el petróleo, por lo que hoy suena a burda patraña el discurso que acusa a Chávez de no diversificar el aparato productivo, “condenando al país” a vivir del aumento de los precios internacionales del crudo. Los mismos que hablan de diversificar la economía de la República Bolivariana de Venezuela, quieren transformar a la Argentina en un monocultivo de soja. Neoliberalismo: el libre mercado, la ley de la selva, el pez grande se come al chico, siempre ha habido pobres… Gota a gota, cada día en variados formatos, la prensa mundial machaca con la “transición en Cuba” y alude a Chávez como si se tratara de “un loco”, “un payaso”, “un irresponsable” que habrá de “llevar a la región a un conflicto bélico de irreparables consecuencias”. Tal cual lo aseguró –en el encuentro de la “libertad” y la “democracia”-, el escritor de la derecha criminal, Mario Vargas Llosa. Contra Cuba y Venezuela, entonces, el empeño por satanizarlos, la sistemática tarea dedicada a esmerilar sus bases de sustentación ideológicas, políticas, sociales y económicas, para que Cuba y Chávez dejen de ser referencias, dejen de ser respetados y, en caso de agresiones directas y armadas por parte de EE.UU., vean melladas sus defensas –terceros países- en el campo diplomático y militar. Los planes de invasión a la Isla y a la República Bolivariana de Venezuela, no han sido abandonados por el gobierno de Bush. Y, es de elemental deducción, que Mac Cain, Hillary Clinton y Barack Obama, no den por cerrada tal posibilidad, en tanto –más allá de sus diferencias de estilo respecto de cómo el presente siglo “deberá ser norteamericano”- son ellos mismos fichas del intrincado damero capitalista-imperialista. Lo archiconocido: Jefes de gobiernos y de Estados, que obedecen ordenes enmascaradas en las sugerencias de sus cuerpos de asesores, gerentes de una maquinaria que conjuga a un mismo tiempo, y con el único fin de la guerra, el desarrollo de la industria cultural-militar. Ambas, retroalimentándose sin solución de continuidad, en el tendido de las bases que faciliten la cada día mayor naturalización de los crímenes masivos. En un interesantísimo libro –“Juego de la Mentira”- del belga Michael Collon, se analiza el descuartizamiento de Yugoslavia, a instancias de la iniciativa alemana y “el dejar hacer” de EE.UU. La lupa de Collon se detiene más de una vez en el papel de los medios, a disposición de la invasión, de las invasiones. Primero destaca la sistematicidad del mensaje que sataniza a gobiernos, e incluso a pueblos enteros, para poder justificar ante los ojos del mundo la acción de los depredadores. En este caso señalado, el despedazamiento de Yugoslavia. En su libro, aparecido en 1999, Collon pregunta: “¿Por qué no han mostrado –los medios- que mientras Europa se estaba unificando, era absurdo trocear Yugoslavia en una serie de pequeños Estados débiles e inviables? El autor de “Juego de la Mentira” no sólo revela hipocresías, también desmonta mitos, como el que sostenían políticos y empresarios a través de sus aparatos mediáticos y periodistas mercenarios: “Los Balcanes no tienen ningún interés…”, es decir, no le interesaban a nadie. Collon explica lo contrario y puntualiza que Yugoslavia “contenía cuatro puntos esenciales para su rivalidad: 1. Las rutas del petróleo. 2. El dominio sobre Europa del este, sus riquezas, su mano de obra y sus mercados. 3. El control sobre Rusia y el petróleo de la ex –URSS. 4. La implantación de bases militares para controlar todas estas regiones”. Collon habla de la carnicería armada en Yugoslavia y de “las guerras que vendrán”. Lo hace antes del ataque a las torres gemelas y de las invasiones a Afganistán e Irak. Y, en la suma, podríamos agregar las que ya no tan sórdidamente se preparan a diestra y siniestra. ¿El planteo de las autonomías en Bolivia –país de petróleo y gas- jaqueando a Evo Morales, está creando condiciones para las rupturas, el caos y la exacerbación de una guerra civil, con efectos bélicos multiplicadores hacia los países fronterizos? Sí. Sin lugar a dudas. ¿El bombardeo de Colombia-EE.UU. sobre Ecuador se condice con un plan que apunta también al petróleo ecuatoriano y, por una vía más, al petróleo de la República Bolivariana de Venezuela y a la cabeza de su líder, Hugo Chávez? Sí. Sin lugar a dudas. ¿El sostenido y sofisticado asedio diplomático-militar con que EE.UU. le recuerda a Brasil que el Amazonia –petróleo y biodiversidad- es parte del botín de guerra en la disputa intercapitalista global, nos aproxima a todos a nuevos genocidios? Sí. Sin lugar a dudas. La disociación informativa –y la desinformación tajante- sobre temas cruciales para la sobrevivencia de la humanidad y la identificación seria de los ideólogos de genocidios, no es un déficit incorregible del periodismo del presente –apenas instrumento-, sino la expresión más brutal y acabada de una política estratégica atada a la concepción guerrerista de EE.UU.. País que, en uno de sus picos más altos de desesperación, ve hundirse, paso a paso, a sus otrora intocables naves insignias: “el sueño americano”, “la concreción de un Siglo –el XXI- definitivamente norteamericano” –para el cual se trabajó afanosamente durante el siglo pasado-, y la sentencia pretendidamente incontestable: del “fin de la historia y de las ideologías”. Todo, en una profunda crisis sistémica. La guerra como “única salida” no es más que el fracaso estrepitoso de un sistema esencialmente inhumano, que, todavía, tiene una alta capacidad de daño: no tan sólo por el poderío militar de la potencia hegemónica. Ya los analistas de mercado –voceros de la lógica dominante- hablan de una disminución en la inversión directa de las multinacionales en países de América Latina. Aprietan. Y lo hacen cuando la caída del volumen de remesas que salen de EE.UU. hacia otros países de la región, comienza a resentirse. Aprietan más. Ajustado a la guerra, como único objetivo, EE.UU. –su complejo industrial-militar-cultural- traza la pauta del terrorismo mediático y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) obedece, sin que ello implique necesariamente la existencia de una estructura de ordeno y mando. La SIP, como sabemos, nació hace sesenta años de la mano de la CIA. Hoy, SIP y CIA continúan su camino, entre los Rupert Murdocht, el Pentágono y empresarios del petróleo, de medicamentos, armas, productos alimenticios, grandes automotrices… Moniz Bandeira explicaba, en el reportaje antes mencionado, que cuando Bill Clinton ejercía la presidencia de EE.UU. fue presionado -año 2000-, para invadir Colombia. La idea del operativo se frustró porque Brasil, Venezuela y Panamá, no apoyaron esa “locura”. Pero ello no quita que la “locura” no persiga otras fórmulas, ni tampoco que se haya detenido para siempre. En la última reunión del Grupo Rio, en República Dominicana, quedó en claro que los riesgos de invasiones y de guerras siguen creciendo. Alvaro Uribe, presidente de Colombia, no ocultó, en ningún momento, que él es uno de los comisionados por el Pentágono para acercar combustible al incendio. Quizás, el promotor más visible y templado de las guerras que vendrán.

Juan Carlos Camaño - Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP)
Fuente: http://colombia.indymedia.org/news/2008/04/84486.php