sábado, 19 de enero de 2008

AMÉRICA LATINA Y LA MODERNIDAD POLÍTICA

América Latina, pese a situarse espacialmente en una posición geográfica privilegiada que le posibilita la más alta concentración de riquezas naturales del mundo, a compartir un mismo idioma, una religión mayoritaria y una cultura mas o menos homogénea, que la aleja de guerras intestinas de motivación étnico-nacionalistas como las que se viene presentando en los últimos años al rededor del mundo, y a contar con un excepcional capital humano, hoy sigue, como región y como conjunto de Estados particulares, sumida en una constante de crisis económicas, sociales y políticas, que evidencian los precarios niveles de modernidad que, en dichos aspectos, se presentan en la regiónEn este escrito se explorarán algunos aspectos característicos del no-acceso de América Latina a una modernidad política plena, tomando como trasfondo o hilo conductor los ejes temáticos: Estado, Sociedad Civil y Mercado, a partir de la década de 1980.A manera de contexto y antes de comenzar a desarrollar el tema que se acaba de enunciar, vale la pena recordar que América Latina, después del fuerte periodo populista originado en los años treinta, en los años 50, 60 y 70, comienza a participar en la guerra fría al quedar incluida en el bloque occidental capitalista (con la excepción de Cuba), lo cual tuvo amplias repercusiones políticas y económicas, que aun hoy persisten.
Durante estos años y hasta la primera mitad de los años 80 la región se debate entre regimenes democráticos y dictaduras de todo tipo.Durante la década de 1950 hubo varios intentos reformistas radicales, que, en términos generales, se pueden caracterizar como revoluciones nacionalistas, siendo este el caso de Guatemala y Bolivia; sin embargo, el alto nivel de dependencia política y económica de los países de la región con respecto a Estados Unidos, las hizo fracasar.
Diversos políticos de la talla de Raúl Haya de la Torre o Rómulo Betancourt , sostuvieron, en aquel entonces, que las innovaciones y las revoluciones en América latina, solo eran posibles si se contaba con el beneplácito de Estados Unidos; sin embargo, la revolución cubana demostró lo contrario, rompiendo en dos la historia latinoamericana, e iniciando un largo periodo de inestabilidad y crisis de las democracias latinoamericanas, auspiciado por las políticas anticomunistas (plan cóndor por ejemplo) y la aplicación de los modelos desarrollistas de la CEPAL. Este ciclo se cierra con la dictadura chilena que aborta el acceso democrático del socialismo al poder en el país austral.
Pese a que en la década de 1980, la mayoría de América latina se encuentra ya en el circuito internacional de la democracia, ello no significa que la región, necesariamente, esté preparada para cruzar el umbral de la modernidad; antes bien, señala Weffort: “las relaciones entre democracia y modernidad no fueron nunca lo suficientemente claras en la historia de América Latina, y se han vuelto particularmente confusas en las últimas décadas” , pues, a la vez que, aparentemente, se avanza en términos de democratización, se retrocede en lo social y lo económico.La crisis latinoamericana va mas allá de lo económico, político y social; es tan grave que, incluso, alcanza a colocar en cuestión la democratización misma de la región y la existencia soberana de los países que la componen. Latinoamérica se sitúa entonces, ante los mismos desafíos que enfrenta desde su comienzo histórico: su existencia, su identidad y su viabilidad están en tela de juicio. Sin embargo, la crisis actual, a diferencia de las anteriores, se caracteriza por desarrollarse en medio de un doble proceso de disolución interna y disolución externa que manifiestan una profunda crisis de poder.La disolución interna se da en la medida en que ya no se entroniza la idea de progreso ni se piensa con esperanza en un futuro por venir, como sucedía en crisis del pasado, sino que se asiste a un bloqueo de las perspectivas, al punto que ya ni siquiera el concepto de revolución, como forma última para enfrentar las crisis y generar nuevos ordenes, se considera válido frente a una situación de crisis que, más que anuncio de una nueva era, parece el desmoronamiento de una civilización.Este desmoronamiento, o proceso de desintegración, se manifiesta internamente en la tendencia que vive América Latina hacia la generalización de un estado de anomía que, como es de esperarse, repercute cada vez con mayor fuerza en el incremento de los índices de violencia en la región y sobretodo, en una “lumpenización” general de la sociedad y de las estructuras institucionales y burocráticas de los estados. Desde afuera, la desintegración se manifiesta en el sentimiento de pérdida del lugar en el mundo, que aparece gracias a que, en el nuevo orden mundial, la política de bloques tiende a cobijar a todas las regiones, del mundo menos a Sur América, cuyos países no son hoy sino complemento de un país capitalista, y su esquema de producción, no hacen parte de bloques ni logran consolidarse, ellos mismos en conjunto, como un bloque que les permita incluirse en el nuevo sistema mundial.Uno de los problemas latinoamericanos de mayor relevancia, es el no-acceso, por parte de la región, a una modernidad política, social y económica, caracterizado dicho problema, por la falta de espacios para la participación democrática que permitan la formación de una sociedad civil fuerte, que genere opinión pública y participe en las decisiones que afectan su futuro y el futuro de la región en general.
Las diferentes sociedades, a través del tiempo, han generado mecanismos de participación e intervención en las decisiones institucionales y en el gobierno en general: partidos políticos, organizaciones populares, gremios, clubes, asociaciones, iglesias etc.Estas organizaciones, para poder participar efectivamente la toma de decisiones, buscan encajar o articularse a la estructura estatal y a los espacios que para la participación ciudadana esta proporciona, sea directa o indirectamente, con el gobierno o en la oposición; el subsistema político se articula a su vez, en especial hoy con la globalización, internacionalmente. En este ámbito también existen organizaciones que defienden ciertas agendas y posturas sobre temas como los derechos humanos o las problemáticas ambientales y que, en ocasiones, alcanzan altos niveles de influencia en la toma de decisiones, tanto de los Estados como de organismos internacionales.En América Latina, en términos generales, los espacios de participación son limitados: la sociedad civil históricamente ha contado, en estos países, con muy pocos espacios de participación efectiva en la toma de decisiones, no ha habido mecanismos adecuados para la solución de conflictos, y las reglas de juego para la participación ni son claras ni se cumplen; esto debido a la existencia de altos niveles de concentración del poder en la región.La concentración del poder de decisión en los países latinoamericanos, se manifiesta y se mantiene, gracias a la concentración del poder político en unas reducidas élites nacionales y regionales, a la concentración del poder económico, a la concentración de la tenencia de la tierra, la ausencia de una real democracia, la violencia política y la inequitativa distribución de la riqueza.Esta concentración de la toma de decisión se enmarca dentro de un microsistema sociopolítico y clasista en que participan políticos, terratenientes, militares, la iglesia católica, los medios de comunicación, la industria, la banca y el comercio, y que busca ante todo mantener el status quo vigente.
Lo anterior ha traído, entre otras consecuencias, altos niveles de violencia política como reacción a la misma concentración del poder, la no existencia de una equitativa distribución de la riqueza, en la medida en que el modelo de desarrollo beneficia, precisamente, a los sectores que poseen la mayoría de los medios de producción y de la tierra, y finalmente, al concentrarse la mayoría de los recursos en los mismos reducidos sectores de la población se han estancado los beneficios sociales que debería traer la riqueza para la población en general.Pese a lo anterior, en los últimos años, surgen como alternativa para el empoderamiento de la sociedad civil, los llamados nuevos movimientos sociales, que si bien no son nuevos en sentido estricto por lo reciente de su aparición , son llamados nuevos por ciertas características que han adquirido en lo que respecta a las problemáticas a que dan respuesta, a sus métodos de acción, a su posición frente al Estado y los organismos internacionales, a su configuración o procedencia de quienes los conforman y a la motivación que lleva a las personas a participar en ellos.Los nuevos movimientos sociales más que nuevos, en oposición a los clásicos movimientos sociales, son nuevas formas de movimientos sociales que han existido a través de los tiempos.
A estas nuevas formas de aparición de movimientos ya existentes, como los campesinos, de comunidades locales, étnico/nacionalistas, religiosos y feministas, se suman hoy, movimientos ecologistas y pacifistas que por responder a necesidades sociales generadas en los últimos tiempos, pueden ser llamados estrictamente como nuevos. En general, los movimientos sociales son de dos tipos: defensivos u ofensivos; los que a su vez pueden ser progresivos, regresivos o escapistas. Sin embargo, en cualquier caso, comparten la característica de que: es la fuerza de la moralidad y un sentido de (in)justicia lo que motiva su acción como movimiento y la participación individual de quienes los conforman, pese a que se puede distinguir claramente una participación mayoritaria de ciertas clases en los movimientos sociales: clase media en occidente, clases populares en el tercer mundo y una combinación de sectores medios y populares en el este. Esto no quiere decir que los nuevos movimientos sociales sean, como ya se anunció, movimientos clasistas o de necesaria reivindicación de intereses de clase, en la medida en que muchos de ello:, feministas, ecologistas y pacifistas, por ejemplo, reivindican asuntos que van mas allá de la división de clases; así mismo, en las regiones donde la lucha de clases continua, e incluso se intensifica como en el tercer mundo, merced al peso de la crisis económica internacional, a la presión que en estos países se ejerce sobre los sectores populares y a su invisibilización, los movimientos sociales no toman la forma “clásica” de la lucha de clases: Proletariado vs. Capital, sino que toman formas defensivas tendientes a garantizar su supervivencia física y económica y su identidad cultural.Finalmente, los movimientos sociales, pese a que pueden ser cíclicos, transitorios, en la mayoría de los casos defensivos e incluso mutuamente conflictivos, tienen la virtud de formar nuevos lazos para transformar la sociedad en la medida en que posibilitan una ampliación y redefinición de la democracia y la sociedad civil y, en esa medida, pueden considerarse como actores importantes y necesarios en los insipientes procesos de modernidad política que se gestan en América Latina.

Jesus Alejandro Villa

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