jueves, 20 de noviembre de 2014

LA PRENSA Y EL GENERAL ALZATE

Periodistas sin contexto, sin antecedentes, sin criterio y sujetos al 'síndrome de la chiva', no son aptos para cubrir un proceso de paz[1].


Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


El lenguaje periodístico-noticioso es un arma ideológica y política que medios y periodistas usan para coadyuvar a la consolidación del Establecimiento. Ese lenguaje no sólo tiene el respaldo de la cultura hegemónica, sino que a diario se legitima por la acción informativa que la prensa hace sobre unas audiencias poco preparadas para discutir asuntos públicos.

Se puede decir, con meridiana certeza, que ese lenguaje es universal[2], por lo menos para Occidente. El lenguaje periodístico-noticioso suele guiarse y expresarse a través de unos criterios de noticiabilidad que devienen, también, universales. Nadie les discute a los periodistas qué es noticia y cuáles hechos pueden o no elevarse al estatus de noticia. Esos criterios suelen ser su camisa de fuerza y guía para poder cumplir con la labor de informar a una sociedad mediatizada.  

La espectacularidad y el morbo son elementos que hacen parte sustantiva de ese lenguaje periodístico-noticioso que, convertido en arma ideológica y política, sirve para deslegitimar, subvaloar y/o ocultar  cualquier expresión, práctica cultural, o proyecto político que justamente vaya en contravía de lo establecido. Así entonces, los medios de comunicación y los periodistas, al usar a diario el lenguaje periodístico-noticioso para nombrar y cubrir hechos de especial relevancia o importancia pública, lo que hacen es defender la cultura hegemónica y el Establecimiento. Sobre y desde dichas circunstancias siempre ha operado el periodismo colombiano, en especial en lo que tiene que ver con el cubrimiento del conflicto armado interno.

La pretendida universalidad[3] de los criterios de noticia y del lenguaje periodístico-noticioso es el soporte con el que  medios y periodistas vienen cubriendo el conflicto armado interno desde los años 60.  No se puede desconocer que en anteriores periodos hubo mayor pluralidad informativa. El periodismo colombiano logró cubrir los hechos de la guerra irregular con cierto rigor, desde la perspectiva de contrastar las versiones castrenses con la de otras fuentes (académicos y voceros de las guerrillas). Recuérdese que en los años 80 y 90 existió un  número importante de noticieros de televisión que de alguna manera aseguraban pluralidad informativa. Claro, se trataba de empresas periodísticas ancladas a poderes políticos partidistas y poderosas familias.

Pero hoy, cuando las empresas mediáticas pertenecen a poderosos conglomerados económicos, no se puede hablar de pluralidad informativa en estricto sentido. Por el contrario, lo que subsiste hoy en Colombia es una suerte de unanimismo[4] ideológico, político y mediático, del que la prensa y el periodismo en general son responsables por la aplicación de unos criterios de noticiabilidad y de un lenguaje periodístico-noticioso contaminado, comprometido y acomodaticio.

El caso del Gral Alzate

Ejemplo de lo anterior es el tratamiento periodístico-noticioso dado por la gran prensa nacional al “secuestro”, “detención” o “apresamiento” del General Alzate Mora y de quienes lo acompañaban en el momento de su “desaparición”: un suboficial y la abogada, Gloria Urrego.

Todo el tiempo la gran prensa nacional habla de secuestro, en especial los noticieros de televisión privados, RCN y Caracol. La prensa escrita, de igual manera, habla de que se trató de un secuestro perpetrado por las Farc. Hasta en La Luciérnaga se usa la misma categoría.

Sin estar aún claras las circunstancias en las que el alto oficial decidió desconocer los protocolos de seguridad y viajar vestido de civil a una zona de presencia guerrillera y paramilitar, la prensa colombiana insiste en que se trató de un secuestro. Y más aún, con el reconocimiento que la cúpula de las Farc hizo sobre la suerte del General y la de sus acompañantes. Las Farc lo exhiben como un prisionero de guerra, pero la prensa desconoce esa categoría, con el claro fin de afectar la credibilidad del proceso de paz de La Habana, de cara a la posibilidad de que lo acordado sea refrendado a través de un referendo. Es claro que la prensa nacional busca confundir a la opinión pública y hacer que a la hora de votar de los acuerdos, la balanza se incline hacia la opción No aprobar.  

Así entonces, están las audiencias y los colombianos en general ante dos discursos. De un lado, el discurso oficial que señala que el General fue secuestrado. Esa versión es recogida sin ambages por el lenguaje periodístico-noticioso, lo que de inmediato produce una fusión discursiva[5] que convierte al lenguaje mediático en un arma ideológica y política de gran poder.  Y del otro lado, aparece el discurso de las Farc, que como actor político armado, asume que dentro de la lógica de un conflicto armado interno y en el marco de unas negociaciones que se pactaron en medio de las hostilidades, el enemigo debe y puede ser herido o  muerto en combate, o hecho prisionero.  La discusión técnica y jurídica deviene confusa cuando las dinámicas de las confrontaciones superan las valoraciones y las prescripciones de normas internacionales  y protocolos, como el II, que se aplicaría para el caso colombiano.

Más allá de esas normas, y en el contexto de un conflicto degradado en el que los actores armados no respetan la normatividad internacional (DIH), tanto el lenguaje de las Farc, como el de las Fuerzas Armadas, devienen legítimos. Y así debería de asumirlos la gran prensa nacional.

El problema radica cuando los medios masivos, el periodismo y un gran número de periodistas asumen como propio y único lenguaje válido, el que se emite desde las huestes castrenses. Cuando ello sucede, entonces la prensa y el lenguaje periodístico-noticioso se convierten en armas ideológicas y políticas al servicio de quienes defienden a dentelladas un orden político y económico cuya legitimidad viene siendo cuestionada y atacada sus estructuras de poder,  por quienes hoy creen que es posible, a través de los diálogos de paz,  modificar ese orden con el fin de hacerlo más justo e incluyente.

Con todo lo anterior, y con la posibilidad de que se dé una pronta liberación o “devolución” de los militares y la abogada, bien se podría pensar en la conformación de un grupo de periodistas, nacionales y extranjeros, que cubra el hecho político, humanitario y periodístico desde una perspectiva informativa que reconozca la validez de los discursos de los “guerreros” y pueda, de esa manera, entregar a las audiencias una información aséptica o quizás menos tendenciosa. Ello, de cara a minimizar la pérdida de confianza de la ciudadanía en el proceso. Confianza que se necesitará para el día en que se los colombianos debamos votar por la refrendación de lo que se acuerde en La Habana entre la cúpula de las Farc y el Gobierno de Santos.



Varios aforismos para pensar:

  1. No olvidemos que los medios masivos son actores políticos y económicos, de allí que debamos siempre dudar de lo que dicen.
  2. Cuando el periodismo no está de lado de los débiles, pero sí al servicio de los poderosos, se transforma en ideología.
  3.  Opinión pública acrítica, ahistórica e incapaz de comprender qué pasa, es fruto de las unidades de negocio en donde hoy se hace periodismo.
  4. Cuando el periodista admira o siente un desmesurado respeto por una fuente, allí muere el reportero y nace un estafeta.
  5. Nos preocupamos por la manera como informan los medios, cuando lo que debemos hacer es enseñar a las audiencias a consumir la información.
  6. Concibo al periodista como un intelectual. Aquel que se apega a la técnica del oficio, jamás lo será.
  7. En los tratamientos periodístico-noticiosos de la prensa es posible entrever cuán enferma están la sociedad y sus periodistas.
  8. Cuando un Gobierno no compra a la prensa con pauta publicitaria, la convierte en el más peligroso actor político.