miércoles, 28 de octubre de 2009

EN LA COLOMBIA MESIÁNICA DE HOY…

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Quienes deciden jugar a ser líderes deben saber que hay factores que ponen en riesgo sus aspiraciones y el propio proyecto político que se desprende de esa decisión de guiar determinada institución, campaña y hasta el propio Estado.

En política hay varios factores que envilecen a quienes deciden liderar procesos, empresas electorales, guiar los destinos del Estado, o de una región: el aplauso desmedido, la adulación y la falta de control por parte de instituciones y ciudadanos obligados a expresar reparos ante gestiones inefables.

Un líder carismático que busque ser coherente, respetado y que desee en grado sumo llegar a gobernar el país, debe saber que el aplauso puede llevarlo a tal nivel de abyección, que convertido en un megalómano, crea a pie juntillas que Dios lo ha enviado y que está cumpliendo una misión salvadora en la tierra.

Los cortesanos y áulicos que adulan a ese líder, desconocen el daño que le hacen a la política y a ciertas prácticas democráticas, pero desconocen aún más que le hacen daño al frágil ser humano que, por esa condición justamente, no resiste una migaja, pues fácilmente pierde el sentido de los límites y las proporciones, que lo pueden llevar a convertirse en un sátrapa, en un ladino gobernador atrapado en una inteligencia superior.

En democracias serias y coherentes, los controles de las instituciones dispuestas para ello, así como el que ejerzan corporaciones como el congreso, las asambleas y concejos, las cortes, la controlaría y la procuraduría, en todos sus órdenes, los medios de comunicación, columnistas y líderes de opinión, entre otros, deben ser efectivos y permitirle a ese líder reconocer que su ‘grandeza’ es consecuencia de aplausos desmedidos, normalmente comprados, y de la acción adulante de laderos profesionales.

La Colombia mesiánica de hoy, tanto en esferas privadas como públicas, tiene a varios de sus líderes convertidos en verdaderas vedette de la política, unos transitando con pasos gigantes el camino del mesianismo y otros, apenas empezando a curtirse como ególatras para luego dar el salto y lanzarse para remplazar a su antecesor.

Uribe, por ejemplo, es hoy una vedette intocable, un esperado héroe violento, pero liberador de yugos históricos. Un héroe construido por unos medios de comunicación convertidos en maquilladores profesionales, en proxenetas y propagandistas; Uribe, el megalómano, sin controles institucionales, sociales, económicos y políticos, camina lenta, pero progresivamente hacia una dictadura sostenida en su carácter autócrata, construido por aduladores y cortesanos.

Por los territorios feudales del Valle del Cauca, el párvulo gobernador va construyendo su propia imagen de líder carismático, madurada en medios y en el Canal del Sol, con gastos astronómicos en publicidad cuyo objetivo estratégico es remplazar, en el mediano plazo, al referente que se atornilla en el Solio de Bolívar, mientras mira el espejo, que desprovisto de la capa metalizada que permitiría reflejar su imagen, le ha servido a quienes le han sucedido en el cargo.

Uribe y Abadía, son, sin duda, dos líderes construidos en los laboratorios del marketing político y ‘víctimas’ de áulicos y aduladores, en el contexto de una débil democracia. Con ellos, la sondeocracia y la videocracia no sólo adquieren sentido, sino que acompañan conceptualmente lo que se ha llamado, de manera equívoca, el Estado de Opinión.

Adenda: la formación de nuevos líderes debe iniciarse con una evaluación crítica de las circunstancias -y de los actores- que han permitido la construcción de un Estado como el colombiano: ilegítimo y al servicio de exclusivos intereses privados. Formar líderes para que repliquen los mismos modelos y las prácticas que hoy mantienen esas circunstancias y condiciones de ilegitimidad, es un verdadero contrasentido.

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